¿POR QUÉ EL HOLOBIONTE?

Porque el Holobionte es un no-organismo. En contra de lo que puede parecer, y a despecho de la procedencia biológica del término (del griego hólos: todo + bíos: vida), el Holobionte no se plantea como un ecosistema eficiente o estructuralmente organizado, sino como una hiper-estructura (una no-estructura, en realidad) generada de forma espontánea por procesos contingentes y no determinados.

El Holobionte es un monstruo. El Holobionte no es uno, sino muchos. El Holobionte no se mide por la totalidad de sus partes, sino, como lo diría Deleuze, por la «totalidad abierta» que es él.

El Holobionte construye quimeras, tifones, esfinges o centauros sin importarle mucho a qué orden específico o general corresponden. El Holobionte es la pesadilla ontológica que nunca te contaron en los relatos a la luz del día. Su materia es el sueño, la noche, el abismo sin abismo donde le perdieron la pista a Schelling, donde «Yo» es «Otro» y Rimbaud canta con alma de cobre de corneta.

El Holobionte es un eterno combinador de (im)posibilidades, y siempre juega a los dados.

El Holobionte se fusiona con aquello que no es él, con lo extraño, con lo otro y lo no-humano. El Holobionte ha dejado atrás el espejismo de la naturaleza, la identidad, la sustancia y la vida desnuda. El hombre-interfaz profetizado por Raoul Hausmann (pero también el hombre-perro, el hombre-estatua, el hombre-clepsidra y el hombre-insecto) es el antecesor de nuestro holo-rizoma genético: escritura sin centro, escritura sin tiempo y sin género, metamórfica, nunca igual a sí misma, siempre escritura-otro.

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Imagen de cabecera: Fotograma de Holobiont Society, 2018, Dominique Koch.