Presentamos un extracto del libro La guerra de deseo y tecnología (y otras historias de sexo, muerte y máquinas), publicado por Holobionte en 2020. «Sexo y muerte entre los cíborgs» es la entrevista completa realizada por Susan Stryker a Sandy Stone, aparecida originalmente en Wired, mayo-1996.
Lo primero que salta a la vista al entrar en la estrecha y desordenada oficina de Allucquère Rossanne Stone en la Universidad de Texas, en Austin, es la increíble variedad de intereses que Stone persigue. Basta echar un vistazo a la habitación para percatarse de que para ella el elemento «multi» de su trabajo es tan importante como el «media». Las paredes están cubiertas con pósteres de eventos en los que ha participado: conferencias sobre ciberespacio, simposios sobre arquitectura, espectáculos de danza, exposiciones de arte, conciertos, festivales de cine y encuentros feministas. Recortes de periódicos sensacionalistas con historias de ovnis e imágenes extraídas de las historietas de Tank Girl comparten espacio en las paredes, y cada centímetro de superficie horizontal disponible está ocupado por curiosos artefactos de la cultura pop. Sandy (como se la conoce fuera de los ámbitos más formales) dirige el ACTlab de la Universidad de Texas, el laboratorio interactivo multimedia del departamento de radio, televisión y cinematografía. Justo al lado de su escritorio está la imagen de portada de su nuevo libro, La guerra de deseo y tecnología en el fin de la era mecánica (publicado por MIT Press). El libro ha sido todo un éxito si se tiene en cuenta que es una obra de elevado nivel intelectual. Es tan ecléctica y minuciosa como los fragmentos de vida que cubren las paredes de su oficina. «No se trata de un texto tradicional sino de una serie de provocaciones intelectuales», nos advierte el texto de la contracubierta. O sea: el libro es una bomba, una poderosa y candente sesión jazzística de ideas y conocimientos sobre las interacciones humanas mediadas electrónicamente. Combina los testimonios de las comunidades on-line en torno a los primeros BBS con el relato de las anécdotas de alta tecnología en el Atari Lab. El libro ponía de contraste el síndrome de personalidad múltiple con los juegos en línea y utilizaba el caso de un psiquiatra que se trasviste en el ciberespacio para plantear importantes preguntas sobre el futuro del género y la identidad. Cuanto más escarbamos en la obra de Sandy Stone, mejor entendemos por qué se autodenomina una «surfista del discurso»: domina las crestas y se entuba en las monstruosas olas de la ciencia dura y la alta teoría cultural.
Stryker: Has trabajado en una gran cantidad de ámbitos. ¿Podrías contarnos algo sobre tus tempranas investigaciones neurológicas en el campo de la percepción?
Stone: En los años sesenta realicé una serie de experimentos con implantes crónicos, que son los que se mantienen en un sitio por mucho tiempo. Una de las cosas más fascinantes que hice fue conectar los electrodos implantados en el oído interno de un gato a un transmisor estéreo FM en miniatura fijado en su collar. Dejaba al gato vagar por los prados, entonces tomaba mi receptor y al

colocarme los audífonos estéreo «me convertía» en el gato. Los gatos no oyen como los humanos. La curva de su respuesta auditiva es por completo distinta y pueden oír perfectamente dentro del rango ultrasónico. Así que, como es obvio, yo no estaba realmente escuchando lo que el gato oía porque mi audición no alcanza lo ultrasónico, pero tampoco estaba oyendo como lo hace un humano. Todo se oía más claro y alto en las frecuencias superiores de mi rango auditivo. Podía oír cada brizna de hierba, los pasos de cada insecto. Y, claro, podía oír en estéreo a los ratones de campo en la distancia. Alguna cosa entendí sobre la subjetividad felina. Para mí, fue en ese momento cuando comenzó mi experiencia con la prostética de la comunicación.
Stryker: Una experiencia transespecie es algo increíble. Me recuerda a aquellas escenas de Neuromante de William Gibson, cuando el cibercowboy se conectaba con el interior del campo perceptual de Molly Millions.
Stone: En muchos sentidos, el gato con el transmisor y yo con los audífonos constituimos la primera encarnación de lo que Gibson denominó «simestim». Esa experiencia no me ha abandonado nunca. Si el vínculo Sandy-gato hubiese sido recíproco, ninguno de los dos seríamos lo que fuimos antes. De la manera en que ocurrió, Sandy se hizo más gato, pero el gato no se hizo más Sandy.
Stryker: Se parece a una versión simple de internet aunque basada en componentes diferentes: moléculas de carbono genéticamente codificadas en lugar de chips de silicio fabricados en masa.
Stone: Con la creación de internet se generaron, como es obvio, muchas posibilidades fascinantes. Pero todo el asunto no es más que una extrapolación de algo que ya existía antes que Sandygato y que internet. Las comunidades virtuales multiusuario son sólo sus últimas inflexiones. Las personas que conviven en estrecha cercanía, por ejemplo, sincronizan la manera en que procesan los símbolos, lo cual es una forma rebuscada para decir «cultura». Piensa en la sintonía que alcanzan algunos viejos matrimonios, hasta el punto de que uno de los cónyuges termina las frases del otro. En las asociaciones diádicas para toda la vida, cuando uno de los miembros muere el otro raramente sobrevive por más de un par de años. Esto es algo mucho más complejo y profundo que lo que normalmente entendemos por «cultura».
Stryker: En los agradecimientos de tu libro dices que has estado desempeñando «este trabajo» durante «relativamente poco tiempo». Pero lo cierto es que llevas décadas trabajando en la comunicación electrónica.

Stone: Es verdad, pero me refería a mi trabajo actual en los estudios culturales sobre ciencia y tecnología. El problema era que cuando trabajaba en la industria musical y cinematográfica, e incluso en el negocio de la informática, todavía no disponíamos de un lenguaje común para hablar sobre el significado de la tecnología. Sencillamente no había lugar para ese tipo de cuestiones en estos campos.
Stryker: Entonces, se diría que haces una distinción entre trabajar personalmente en alta tecnología y estudiar cómo ese trabajo es hecho por otros; casi como si fueras una antropóloga a la vieja usanza fascinada con los últimos retos técnicos y científicos.
Stone: Me pasé a los estudios culturales cuando me di cuenta de que eran lo suficientemente grandes como para contenerme. Y pensé que podía encontrar la manera de hacer coincidir todo eso. El estudio crítico de los campos tecnológicos en los que trabajé (la neurología y la telefonía, la grabación de audio y la programación informática) es sumamente importante porque estos campos son el sitio donde ocurren algunos de los más feroces combates de la actualidad. No sólo se trata de combates por los mercados, sino también por los significados. Quien determine el significado de las tecnologías tendrá el control no solamente de los mercados tecnológicos, sino del pensamiento mismo. Es algo escalofriante.
Stryker: ¿Cómo fue tu formación en los estudios culturales?
Stone: Comencé con un texto llamado «Sexo y muerte entre los cíborgs». Me había propuesto escribir un ensayo sobre la compresión de datos cuando ocurrió una cosa bizarra y terminé escribiendo acerca del sexo telefónico. Me di cuenta de que el sexo telefónico era una aplicación práctica de la compresión de datos. En el sexo habitualmente está implicada la mayor cantidad posible de sentidos: el gusto, el tacto, el olfato, la vista, el oído. Las trabajadoras en la industria del sexo telefónico traducen todas esas modalidades de experiencia en sonidos y las reducen a una serie de señales muy comprimidas. Lanzan a bocajarro esas señales a través del teléfono y en el otro extremo alguien añade agua, por decirlo así, para reconstruir todas esas señales en un conjunto detallado de imágenes e interacciones que actúan en diversas modalidades sensoriales. «Sexo y muerte entre los cíborgs» fue un intento increíblemente ingenuo de explorar los límites, las prótesis y todo lo que ahora me interesa.
Stryker: ¿A qué te refieres cuando hablas de «límites y prótesis»?
Stone: Me refiero tanto a los límites corporales como a los subjetivos. ¿Recuerdas aquella expresión de la psicología pop de los años ochenta, «límites mal definidos» [bad boundaries]? Se usaba para referirse a alguien incapaz de mantener sus propios pensamientos y emociones separados de los ajenos; personas muy sugestionables y con dificultades para actuar por cuenta propia. Ahí tienes un ejemplo de límite subjetivo. Los límites están siempre en movimiento. Por ejemplo, ¿cuál es el límite del cuerpo humano individual? ¿La piel, acaso? ¿La ropa? Es una cosa u otra dependiendo de las circunstancias.
Stryker: Es como el sexo, que se trata en parte de modificar los límites corporales y de compenetrarse con otro cuerpo.
Stone: Cierto. En La guerra de deseo y tecnología, utilicé a Stephen Hawking como un ejemplo del modo en que nuestros límites corporales interactúan con la tecnología. Hawking no puede hablar, de manera que en sus clases y conferencias se sirve de una voz generada por ordenador. Cuando hablo, el sonido que percibes es diferente si estás conmigo en la habitación o si me escuchas a través del teléfono. Pero Hawking suena exactamente igual: el límite entre su voz humana y la tecnología de comunicación se ha desvanecido, dando lugar a otro tipo de límite. El generador de voz informático que usa Hawking es también una prótesis, palabra que proviene del término griego para «extensión». Es una extensión de su persona porque extiende su voluntad más allá de los límites entre carne y maquinaria: desde las moléculas de aire en movimiento hasta la onda electromagnética del medio. Marshall McLuhan afirmó que los medios de comunicación son también extensiones que nos interpenetran de formas imprevisibles y que nos cambian de maneras para nosotros desconocidas.
Stryker: Así que cuando hablas de tu interés en las relaciones entre «interfaz», «interacción» y «agencia», en realidad no estás utilizando estos términos en el sentido habitual que le da la industria informática.
Stone: Exacto. En el final de la era mecánica, nuestra consciencia ha sido profundamente modificada por el modo en que estamos inmersos en las tecnologías de la comunicación en cada momento de nuestra vigilia, y quizá también de nuestro sueño. Ya somos «transhumanos». Las fronteras entre «nosotros» y nuestras prótesis (lentes de contacto, implantes, órganos artificiales, controles de recaptación de serotonina, ingeniería genética, redes de comunicación…) se han hecho difusas y se desplazan continuamente.
Stryker: ¿Cómo fue la experiencia de trabajar como ingeniera de sonido para Jimi Hendrix?
Stone: Jimi era capaz de escuchar sonidos en su cabeza que requerían ser producidos digitalmente, con tecnología que aún no existía. Utilizando equipo analógico apenas podíamos aproximarnos a lo que él buscaba. La primera vez que trabajé con Jimi simplemente me senté ante el tablero, temblando por la energía de la conexión electrónica. Era como si sujetase electrodos y la música fluyese a través de mi cuerpo.
Stryker: Y después, ¿cómo terminaste metiéndote con los ordenadores?
Stone: Poco después de que Wozniak y Jobs fundaran Apple, encontré una placa prototipo de Apple II en un contenedor de basura. No tenía ni idea de lo que podía ser. Era simplemente un bello objeto y lo colgué en mi pared.

Stryker: ¿Te hiciste tu primer ordenador personal revolviendo la basura?
Stone: Ajá. Semanas más tarde, un amigo que había conseguido un empleo en Apple me dijo lo que era aquel objeto, y accedió a robar una ROM para que yo pudiera ponerlo en marcha. Gorroneamos algunos chips aquí y allá, buscamos las pistas defectuosas y las reparamos. Necesitábamos una fuente de energía cuya patente estaba muy bien protegida por aquel entonces. Fue difícil, pero al fin conseguí tener mi propio ordenador y comencé a programar. Un día di accidentalmente con el desensamblador, y se produjo esa especie de conexión simbólica-intuitiva con la máquina. Fue algo muy intenso. Las ruedas comenzaron a girar, pude ver los planetas en movimiento y la vibración de los átomos, y también vi la mente con una gran M mayúscula. Fue como si pudiera llegar hasta la mismísima alma de esa cosa. Podía hablarle. Me refiero a esa sensación, sabes, como si tuvieras al mismo tiempo la máquina física y la máquina virtual, la máquina abstracta. Era una criatura con vida propia en la que podía entrar y sentir sus circuitos. Podía sentir cómo era el código. Y no fui la única persona que experimentó esto. Para mucha gente que tiende a ser tímida y socialmente torpe, el carácter cuasi inteligente de la máquina llegó a reemplazar la interacción social humana. Este potencial interactivo de la máquina creó una novedosa categoría social de lo que yo llamo los «cuasi-tíos» [quasi guys].
Stryker: En otras palabras, los nerds informáticos…
Stone: O si prefieres, para ser menos prosaicos, ensamblajes entre rasgos maquínicos y humanos que actúan como si fuesen propiamente humanos; pero sólo lo justo para producir de nuevo la necesidad de cierre, la necesidad de asegurar los propios límites subjetivos y poner una barrera entre humano y máquina. Esto último es algo que no puede ocurrir de forma concluyente y sin generar problemas, precisamente por las conexiones inherentes entre el humano y la máquina. Así que el deseo se mantiene siempre insatisfecho.
Stryker: Hablas del deseo como de un movimiento que atravesara límites en un intento por satisfacer una necesidad. Si las fronteras entre humanos y máquinas, o entre especies, o entre sexos, siguen desplazándose o desmoronándose, ¿estamos hablando del fin del deseo como lo conocemos?
Stone: Esa es una de las grandes preguntas de la teoría transhumana y del área que más me interesa en la actualidad, la teoría transgénero.
Stryker: Tú misma eres una mujer transgénero. El «cambio de sexo» constituye un uso diferente de los códigos que regulan nuestra manera de entender el género y el cuerpo. ¿Es eso una forma de hackear la realidad?
Stone: El cuerpo es un instrumento destinado a nuestro involucramiento con los otros. Es, por tanto, un ámbito para el juego del lenguaje y un generador de intercambio simbólico. Aquello que genera el lenguaje de la interacción social es, en primer lugar y antes que nada, nuestro cuerpo. Cuerpo, lenguaje, consciencia, no son más que diferentes aspectos de la misma cosa.
Stryker: Actualmente muchas cuestiones sobre el cambio de sexo aparecen por todas partes en los medios de comunicación, especialmente en relación con las fantasías del ciberespacio. William Gibson, por ejemplo, tiene muchas cosas trannie en su obra. Y entre los jóvenes hackers más a la última, la subversión del género binario es una práctica casi de rigor; incluso en la película Hackers, los hackers de élite que intervienen para salvar la situación al final son nada menos que flaming queens. ¿Por qué crees que la alta tecnología y lo transgénero se dan la mano tan fácilmente?
Stone: Porque la gente involucrada con la alta tecnología es habitualmente también muy inquisitiva, abierta a nuevas experiencias, y en este momento lo transgénero es lo más adelantado en lo que a nuevas experiencias se refiere. Es algo pasajero, porque toda esa gente envejecerá y se volverá más conservadora, y la alta tecnología será un asunto mucho más convencional. Pero lo transgénero será siempre parte de la cultura humana. Siempre habrá exploradores del género [gendernauts].
Stryker: Conozco una mujer con varias personalidades diferentes, algunas de las cuales se manifiestan únicamente on-line. ¿Adónde van esas personalidades cuando el cuerpo de esta persona no está conectado a la red?
Stone: Esta pregunta es del tipo: ¿adónde va la luz cuando se va? La mejor analogía podría ser la teoría cuántica: las identidades aparecen y desaparecen; van de lo virtual a lo real, de lo real a lo virtual, cruzando a uno y otro lado de los límites, algunas veces de forma predecible, otras veces no. Así que una respuesta fácilmente comprensible a la pregunta de «¿dónde está esta o aquella identidad cuando no está en la red?» sería que se ha hecho virtual, o potencial, durante ese tiempo. En cierto sentido la sola existencia de extensiones y prótesis tecnológicas, como las redes de comunicaciones, es lo que posibilita que una determinada personalidad virtual aflore y se torne real.
Stryker: ¿No es esto otra forma de decir que la identidad surge siempre en la interacción?
Stone: Sí. Y es otra forma de decir que la identidad es siempre múltiple. Los entornos virtuales han permitido que los términos «yo» y «cuerpo» signifiquen cosas diferentes. Para mí, los nuevos mundos virtuales creados por las tecnologías de la comunicación constituyen una oportunidad para la legitimación de ciertas formas de multiplicidad, así como identidades transgénero y otras formas de subjetividades que han sido estigmatizadas en el mundo «real».