Las ideas intrínsecas a La guerra de deseo y tecnología muestran que nuestra rápida e inexorable fusión corporal con lo cibernético ha desestabilizado las férreas estructuras que cimentaban el control hegemónico de la corporalidad (y, por tanto, la perfomatividad) de nuestros espacios públicos y privados, articulando nuevas estrategias contraculturales, pero originando nuevos espacios problemáticos de poder.