resonancia ocultista y tecnología de vigilancia: LA «COSA» DE LÉON THEREMIN
POR AMY IRELAND
Traducción de Ramiro Sanchiz

En 1945, bajo órdenes de la NKVD, un grupo de agentes de inteligencia rusos lograron ocultar un dispositivo de escucha pasiva en la embajada estadounidense de Moscú. El aparato iba camuflado en el interior de una réplica de madera tallada del Gran Sello de los Estados Unidos de América, como un obsequio de la Organización de Pioneros Vladímir Lenin, y había sido diseñado por Léon Theremin.[1] Una vez instalado, se lo activaba remotamente mediante una señal de microondas transmitida desde las cercanías de la embajada, y entre 1947 y 1952 fue empleado para grabar las conversaciones confidenciales que tenían lugar en el despacho del embajador. Los perplejos empleados del servicio secreto estadounidense más tarde lo apodarían «la cosa», por razones sugerentes: la principal de ellas, el reconocimiento retrospectivo de aquel dispositivo como un artefacto de resonancia ocultista.
Ejemplo perfecto de técnicas de camuflaje, «la cosa» permaneció escondida a plena vista durante siete años. Era por completo indetectable, a menos que se accediera a un conocimiento clandestino de la frecuencia hipersónica en la que operaba; esta, de hecho, solo fue identificada cuando un operador de radio británico recibió accidentalmente la señal activadora mientras monitoreaba el tráfico de la Fuerza Aérea soviética. En tanto «la cosa» no requería conexión a una fuente eléctrica ni contenía componentes electrónicos activos, las inspecciones rutinarias de seguridad eran incapaces de detectar su presencia, y fue gracias a un acople emitido durante un escaneo de contravigilancia (llevado a cabo de manera muy oportuna, gracias a un aviso, durante uno de los momentos de grabación activa) como finalmente pudieron descubrirla.[2] El dispositivo fue desalojado y guardado en secreto por los oficiales estadounidenses, con la esperanza de que aportara alguna ventaja en futuras negociaciones con la Unión Soviética.
Sin embargo, y de forma significativa, el hallazgo de «la cosa» no conllevó la comprensión inmediata de su funcionamiento. Los distintos servicios de seguridad emplearon entre dieciocho meses (en el caso de los británicos) y quince años (en el caso del trabajo conjunto de estadounidenses y holandeses) para identificar y replicar los componentes de su mecanismo. El primer prototipo de los británicos, construido por el ingeniero jefe del MI5, Peter Wright, fue apodado «magia negra» (lo que, una vez más, nos da una pista del problema epistemológico que planteaban estos dispositivos).


Con su invento, Léon Theremin logró lo que seguramente parecería un acto de hechicería a cualquier persona no familiarizada con las posibilidades que ofrece la radiación electromagnética en el mundo del espionaje y la comunicación clandestina. La misión de Theremin había sido diseñar un dispositivo que funcionase de manera inalámbrica, no requiriera micrófonos convencionales y pudiera ser introducido en la residencia del embajador sin despertar sospechas. Amenazado de manera implícita con una deportación al campo de concentración del Gulag en Kolimá (o con la ejecución), Theremin se limitó a cumplir con las órdenes. «La cosa» estaba integrada por unos pocos componentes: un cilindro de cobre bañado en plata, de no más de trece milímetros de altura y veinte de diámetro, más una antena vertical aislada (la longitud original y su frecuencia de resonancia han sido objeto de debate entre quienes han intentado reconstruir el dispositivo). En el interior del cilindro, la antena terminaba en un sintonizador ajustable, formando un condensador con un diafragma que se extendía a lo largo de la superficie expuesta del resonador. Sin embargo, hasta el día de hoy no han sido publicadas descripciones precisas del aparato, dando lugar a todo tipo de especulaciones acerca de si se trató de un ejemplo temprano de tecnología RFID o de un dispositivo aún más complejo, que operaba por medio de interferencias armónicas. Si se tratara de esto último, la antena habría funcionado como receptor de la señal activadora y, a la vez, como transmisor. La reconstrucción de Wright para el MI5, posteriormente llamada SATYR y empleada por los servicios secretos de Gran Bretaña, Estados Unidos, Canadá y Australia, funcionaba con una frecuencia de resonancia de 1.400 megahercios, aunque frecuencias todavía más altas han sido atribuidas al diseño original de Theremin.[3]

El enigma en torno a «la cosa» tuvo efectos de importancia en el psicopaisaje paranoico de las relaciones diplomáticas y el espionaje de estado durante la Guerra Fría. En 1962, una década después del desmantelamiento del dispositivo de Theremin (pero solo dos años después de haber hecho pública su existencia), en Estados Unidos descubrieron que su embajada en Moscú estaba siendo blanco una vez más de niveles anómalos de radiación electromagnética. ¿Se trataba de una prueba de nuevos dispositivos de escucha instalados en el edificio, o era algo más ominoso? Fueron propuestas distintas teorías, pero ninguna llegó a ser confirmada oficialmente como explicación de los niveles de radiación registrados. Entonces, si no servía para activar un nuevo modelo de «la cosa», la señal electromagnética podía estar relacionada con un nuevo invento de Theremin: un método de audiovigilancia por microondas conocido como el sistema «tormenta de nieve».[4] No faltó quien lo considerara un engaño, ideado para que los estadounidenses creyeran que los soviéticos poseían una nueva e inescrutable tecnología militar, y algunos sugirieron que los niveles anómalos de radiación electromagnética eran evidencia de esto. Incluso llegaron a sospechar de la existencia de un sistema que fuera capaz de inducir electromagnéticamente neurastenia, así como otros cambios biológicos y conductuales en los sujetos, sirviéndose de «telepatía sintética» o control mental. Esta hipótesis dio lugar a un programa experimental de investigación, presidido por el ARPA y el Instituto Militar de Investigación Walter Reed, a finales de la década de 1960.[5] Dedicado a la exploración de los efectos biofísicos de la radiación de microondas, el programa todavía es conocido en algunos ámbitos como el infame Proyecto Pandora.[6]
De este modo, «la cosa» se suma a la larga lista de episodios catalíticos de la tecnología de vigilancia electromagnética y el espionaje en el siglo XX. La existencia de la telepatía sintética acaso no pase de ser una teoría marginal, pero la contribución del invento de Theremin al desarrollo de la tecnología RFID —con sus escáneres, sistemas de rastreo y televigilancia ubicua—, por no mencionar el legado de una densa paranoia generalizada, es algo que va más allá del cambio de milenio y se perpetúa imperceptiblemente en la estructura profunda de las dinámicas de control del siglo XXI.

Notas
[1] Las siglas NKVD designan al Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos, que estuvo vigente entre 1931 y 1946 y fue uno de los predecesores de la KGB. Léon Theremin es el nombre que adoptó Lev Sergeyvich Termen durante su gira por Estados Unidos y Europa a finales de la década de 1920.
[2] P. Wright, Spycatcher: The Candid Autobiography of a Senior Intelligence Officer, Nueva York y Londres, Viking, 1987, p. 25.
[3] I.W. Conrad, «Internal FBI memorandum», 8 de mayo de 1953: <www.cryptomuseum.com/covert/bugs/thing/files/19530508_fbi.pdf>; Véase también G. Brooker y J. Gomez, “Lev Termen’s Great Seal Bug Analyzed”, IEE Aerospace and Electronics Systems Magazine, 2013, 28:11, pp. 4-11.
[4] A. Glinsky, Theremin: Ether Music and Espionage, Champaign: Illinois, University of Illinois Press, 2000, pp. 260-61.
[5] D.R. Justesen, “Microwaves and Behaviour”, American Psychologist, 1975, 30:3, pp. 391-401.
[6] P. Brodeur, Currents of Death, Nueva York, Simon and Schuster, 1989, pp. 391-401; N. Steneck, The Microwave Debate, Boston, MIT Press, 1984, pp. 94-95.
«The Thing» de Amy Ireland fue originalmente publicado en el libro AUDINT-Unsound: Undead (VV.AA., Falmouth, Urbanomic, 2019).