HIPERZONAS

POR GERMÁN SIERRA

Traducción de Ramiro Sanchiz

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Trevor Paglen, Cubo Trinity (2015), vidrio irradiado de la Zona de Exclusión de Fukushima. 

Trinitita, 20 x 20 x 20 cms. 

 

Esta obra de arte quedará disponible al público cuando la Zona de Exclusión se abra una vez más, en algún momento entre 3.000 y 30.000 años a partir del presente.

En una habitación vacía perdida en alguna parte de la Zona de Exclusión de Fukushima, una caja Lemarchand de color verdoso descansa en el suelo como un objeto imposible, uno de los misteriosos «vacíos llenos» o «chispas negras» imaginados por los hermanos Strugatsky,[1] a la espera de que alguien active la «máquina de guerra secreta»[2] o resuelva el rompecabezas tridimensional de las turbulencias amorfas e inmóviles, las volutas congeladas, las ondas y las burbujas, para abrir el portal por el que los cenobitas nucleares ingresarán a nuestro mundo. Las capas superficiales del cubo están compuestas por pedazos de vidrio irradiado proveniente de la Zona de Exclusión, y su núcleo es de trinitita, el mineral creado el 16 de julio de 1945, cuando Estados Unidos detonó la primera bomba atómica en los alrededores de Alamogordo, Nuevo México, y la superficie del desierto se calentó hasta tal punto que la arena se volvió vidrio radiactivo. El artista Trevor Paglen fusionó estos dos vidrios y les dio forma cúbica, para instalar después su obra en la Zona de Exclusión de Fukushima como parte del proyecto Don’t Follow the Wind [no sigas el viento]. Los stalkers son su único público, al menos por ahora.

 

Cuando la ciencia moderna era joven no había burbujas de seguridad. Los cuerpos de los científicos eran parte del laboratorio, y solían verse afectados (o incluso físicamente destruidos) por los experimentos. Marie Curie llevaba en el bolsillo del abrigo sus «objetos imposibles» (botellas con radio y polonio) y le encantaba visitar el laboratorio por las noches, junto a su esposo Pierre, para observar la luminiscencia de los recipientes llenos de materiales radiactivos. Murió en 1934, de una anemia aplásica causada por la exposición prolongada a la radiación. Los científicos pioneros eran stalkers en un universo de fronteras borrosas.[3]

 

El Cubo Trinity es uno de los mejores ejemplos de «zonas de metaexclusión»: una zona de exclusión inserta en medio de otra, que incluye además un sistema de almacenamiento de la memoria mineral de una tercera. La metaexclusión no es simplemente un «dominio de lo desconocido» inobservable, incognoscible o proveniente del futuro (como una entidad hipersticional contracronológica), sino más bien el reconocimiento de una otredad en juego aquí y ahora. Una zona de metaexclusión es el espacio de una performance alien en curso: una performance que no es mía, ni de lo humano, ni de la vida. Se trata de la pura intuición de una otredad que opera más allá del artista, en un loop de retroalimentación positiva. Una representación del horror de la física como una performance abyecta y multidimensional.[4]

 

La tecnología 5G y los virus tienen algo en común: ambos trazan una hiperzona de exclusión de la que nadie puede ser excluido.[5] Esto es lo opuesto de las geografías de colonización tradicionales, donde la mayor parte de los territorios familiares eran considerados zonas seguras, y los no familiares estaban abiertos a la colonización. Las amenazas provenían del afuera y podían ser primero repelidas y después conquistadas. Para el colono ninguna tierra estaba prohibida; el objetivo geográfico final de la modernidad fue minimizar las áreas inhabitables, occidenformando la tierra y terraformando el espacio exterior. Las rebeliones no eran la consecuencia del deseo de justicia, sino el síntoma del trauma causado por el colapso semántico de las estructuras tradicionales de dominación y control.

 

Las hiperzonas de exclusión no son geotraumáticas sino cronotraumáticas: agujeros en el presente, cronozonas.[6] Así, la cronozonificación de la tierra por el tecnocosmopolitismo pathomediático es propulsada a su vez por el entorno universal de imágenes y narraciones distópicas. No somos capaces de encontrar un camino alternativo al que está poblado por todas las distopías ficticias e instrumentales, en el proceso de comprender el derrumbe del orden mundial. A pesar de la atención mediática a los neonacionalismos provincianos, la unificación sin fronteras bajo sistemas de tecnovigilancia se ha vuelto ya un hecho, al tiempo que las referencias antrópicas, como por ejemplo el reconocimiento facial completo, son dispersadas por el uso generalizado de cobertura facial protectora. Estamos entrando en un videojuego captcha en el que se nos exigirá a cada momento que demostremos no ser humanos. La excepcionalidad cronozonal permite un recableado de los medios profundos orientado a alojar criptomonedas imperceptibles. Toda la tierra ha devenido habitable, solo que bajo las condiciones tecnológicas del control más estricto.

 

Para los humanos modernos, la tierra/cronosistema se presentaba históricamente como un espacio cognitivamente seguro, lo suficientemente estable en un lapso habitable/perceptible como para permitir fantasías de planificación y reproducción biológica con miras al futuro. Esto, sin embargo, ya no es así. El peligroso proceso de calentamiento o una pandemia global persistente (dos hipersticiones en curso que han hackeado ya el inconsciente colectivo) pueden transformar el planeta en una hiperzona de facto en la que, al mismo tiempo que somos asediados [stalked] por nuestra propia tecnología, se vuelve imposible delinear otros límites de seguridad que no sean los de la evidencia dinámica de nuestra finitud. [7]

Notas

[1] «Escúchame –dije–. ¡Kirill! ¿Qué tal si encontraras un vacío lleno, eh?

»¿Un vacío lleno? –replicó, con cara de no entender.

»Sí. Tu trampa hidromagnética, como se llame… el objeto 77 b. Tiene una especie de cosa azul dentro.

»Vi que empezaba a entender. Me miró, parpadeó, y un destello de razón, como a él le gustaba decir, surgió tras las lágrimas de perro.

»Un momento –dijo–. ¿Lleno? ¿Como este, pero lleno?»

(Arkadi y Boris Strugatsky, Picnic extraterrestre, Buenos Aires, Emecé, 1978, p. 20).

[2] «La estructura altamente estratificada de la ionosfera/magnetosfera provee a la Tierra de máquinas de guerra secretas más viejas que el sol, con las que atrapa el viento solar (partículas solares extremadamente energéticas) y lo convierte en entidades sónicas planetarias. Los estratos de la ionosfera están dispuestos y ajustados de tal manera que refuerzan la superficie de la tierra con fuerzas corrientes demoníacas capaces de capturar el viento solar para propulsar la superficie terrestre y su biosfera en dirección a una inmanencia entre el sol y el núcleo de la tierra a través de un eje sónico. Si es conformado sobre el eje geosolar desde el núcleo (el interno) hasta el sol, entonces el infierno no puede ser comprendido en términos del sol y su capitalismo. El interno, o el huevo negro incubado en el interior de la tierra, extiende la realidad geopolítica del infierno más allá de las fronteras del Imperio Solar. En este sentido, el infierno no es propiedad exclusiva del sol y su holocausto termonuclear» (Reza Negarestani, Ciclonopedia, Madrid, Materia oscura, 2016).

[3] «La radiación nuclear y la desintegración radiactiva no esperan a que estés listo. Por el contrario, lo nuclear capitaliza tu cuerpo vulnerable y poroso y trabaja sobre ti hasta causarte la muerte. Empiezas a descomponerte y pierdes toda energía. No importa cuán abierto estés a lo sónico nuclear: te abre todavía más, en un loop de retroalimentación positiva» (Lendl Barcelos, «The Nuclear Sonic. Listening to Millenial Matter», en Bayle Brits, Prudence Gibson y Amy Ireland, eds., Aesthetics After Finitude, re.press, 2016, p.72).

[4] «Con todo, puede que la característica más perturbadora de la zona, del lugar del incidente, del área X o del resplandor, sea que estos lugares se hallan expandiéndose: sus tiempos alien no solamente comprimen una nueva lógica del espacio, una nueva lógica del tiempo y de los objetos, sino también una lógica inhumana de reproducción» (Amy Ireland, «Ritmo alien», en Xenomórfica Magazine N. 1, Barcelona, Holobionte, 2020, p.13).

[5] «Ha pasado ya cierto tiempo desde que las excusas para borrar los sentidos menos domesticados quedaron expuestas, y de pronto el mundo se ha vuelto una zona de exclusión de riesgo biológico y devoción por la salud, sobre la que la sofocación transparente resonó hipersticionalmente. La creencia histérica en el meme del mundo-para-nosotros (un pseudoambiente hiperantropoescénico de supervivencia-a-toda-costa saturado de expectativas y alcohol) ha hecho que la población se inquietase lo suficiente como para precipitarse hacia sarcófagos atómicos abandonados esperando que blade runners borrachos y drones mareados capturaran a todos los inmunes» (Germán Sierra, «Et in Arcadia ego», Expat Press #4, 2021, pp. 311-18).

[6] «“Organización es supresión” es el Axioma Barkeriano, y su primer modelo es la acreción planetaria a través de la solidificación del océano de magma, que produce “trauma impersonal” como “memoria anorgánica” en el momento en que “el núcleo fundido quedó sepultado bajo el manto y la corteza”. El emparedamiento barisférico: primer colapso implosivo o generación de un gradiente de “protointrospección”. En las capas superiores, esta misma tensión traumatogénica “se expresa (parcialmente detenida) en la organización biológica” con “las formas de vida peculiarmente acotadas que tendemos a ver como típicas”» (Thomas Moynihan, Spinal Catastrophism, Falmouth, Urbanomic, 2019, p.57. Las citas pertenecen a Nick Land, «Barker en conversación», en Fanged Noumena Vol.1, Barcelona, Holobionte, 2019, pp. 175-184).

[7] «La facticidad nos hace comprender de este modo la “posibilidad” del Todo-Otro del mundo, y esto en el mismo seno del mundo. Es conveniente sin embargo colocar el término “posibilidad” entre comillas, por el hecho de que no se trata, en la facticidad, de un saber de la posibilidad efectiva del Todo-Otro, sino de la incapacidad en la que estamos para establecer su imposibilidad. Es un posible él mismo hipotético, que significa que para nosotros todas las hipótesis en cuanto al en-sí siguen siendo igualmente lícitas: es, es necesario, no es, es contingente, etcétera. Este “posible” no es ningún saber positivo acerca de ese Todo-Otro, ni siquiera un saber positivo que habría, o que podría haber, del Todo-Otro: es solo la marca de nuestra finitid esencial, así como de la finitud del mundo mismo (así fuera este físicamente ilimitado)» (Quentin Meillassoux, Después de la finitud, Buenos Aires, Caja Negra, 2015, p.71).

 

 

 

«HYPERZONES» fue originalmente publicado en inglés en la revista Parasol, #5 – Journal of the Centre for Experimental Ontology., Emanuel Magno y Graham Freestone, eds., Parasol Press, 2021.