terraplanismo procariota. UNA TEORÍA-FICCIÓN
por f.f. giordano
Tendemos a olvidar que el terraplanismo ya existía antes de convertirse en trending topic, y que siempre ha vivido muy bien instalado entre nosotros. Cada viernes santo vemos reaparecer a su dios de luz triunfante; pero no acaba ahí su culto que es de todo menos oculto. Sólo hay que ojear uno de esos «panfletos bíblicos no solicitados» que llegan de vez en cuando a nuestro buzón, donde un Adán cachetas le muestra a una Eva cándida el edén terrenal como si se tratara de un agente inmobiliario.
ADÁN: «A partir de ahora este será tu nuevo hogar».
EVA (con una sorpresa muy artificial): «Oh».
Una extraña adaptación del valle inquietante de Masahiro Mori, en la que no nos inquietamos tanto por el bestiario o por la flora alienígenas, sino por reconocernos demasiado bien en esos gestos edulcorados y bien ensayados del caballeroso Adán: toda la parafernalia del set de cine de Hollywood en acción.
El terraplanismo, por su parte, produce un efecto similar: nadie toma en serio a los terraplanistas por sí mismos, sino por la sospecha de conspiracionismo recíproco que hay implícita en su juego: ¿Y si los humanos son en realidad reptiles que fingen reconocer las leyes de la termodinámica y la física, pero cuando tienen ocasión, se lanzan de cabeza a revolcarse en el lodo ancestral?
Y el hecho de ir contra dos millones de años de desarrollo cognitivo (el tiempo que tardaron los homínidos en usar la geometría y las matemáticas para calcular la circunferencia de la Tierra) no hace el caso del terraplanismo menos interesante en términos evolutivos, pues refleja algunos hábitos unidimensionales que se encuentran todavía hoy en acción en otras áreas del «entendimiento».
El pensamiento unidimensional tiene su símil en el organismo unicelular, una forma de vida que antecedió a otras más complejas y que demostró tener una adaptación al medio asombrosa. Por ejemplo, a través de la autorreplicación, que es la manera que tienen las ribozimas y los viroides para transmitir secuencias de ácido ribonucleico en los nuevos individuos. Lo que debe entenderse es que el procariota no posee una dinámica de flujos orgánica, ya que carece de órganos, y toda su dinámica se realiza por medio de la ciclosis. Entonces, no sería sensato pedirle a una célula procariota que asimile una función pluricelular, más propia de las eucariotas. Ellas se conducen por otras disposiciones, otro tipo de flujos. Lo que en el plano eucariota parecería una función básica es para la procariota todo un mundo de complejidad. Y correspondientemente, el reino de las eucariotas tiene que arreglárselas con lo que tiene.
Los organismos complejos descendientes de las eucariotas poseen cerebros, y los cerebros tienen capacidad de pensamiento abstracto. Lo que hace que un ser humano involucione al funcionamiento cognitivo de una bacteria es todavía un misterio por resolver, pero podemos sintetizar aquí algunas de sus características básicas:
1) Una autoconfianza excesiva en el registro empírico de la observación (el registro ocular de la razón).
2) La confusión entre ciencia y dogmatismo, o entre ciencia y cientificismo.
3) Y una interpretación simplista y reduccionista del «pensamiento crítico» –un rasgo que comparten con algunos seres eucariotas complejos, como los humanistas recalcitrantes.
A partir de aquí, la complejidad del cosmos queda reducida a su forma más simple. Todo se nos aparece de forma espontánea, todo puede sintetizarse en una sola tabla ciclótica de valores homogéneos y la diversidad de xenointeligencias terrestres es sólo una fábula para contarle a los niños a la hora de dormir.
La vista, el tacto y los sentidos son factores muy importantes entre los eucariotas, y, en combinación con su capacidad para el pensamiento abstracto, dan como resultado la proyección de fórmulas matemáticas y satélites espaciales. No así el procariota, que, movido únicamente por su razón unidimensional, sólo podrá aspirar a replicarse infectando aquellos cuerpos complejos desprevenidos, inhibiendo sus metabolismos a un estado de síntesis controlable. De este modo la complejidad de los organismos multisensoriales y racionales puede llegar a acomodarse a la línea comatosa del monohumanismo plano. Nuestra Eva primigenia, por ejemplo, también se acomoda a la vida de lujo en el nuevo chalet edénico con vistas al mar que su Adán de postín le ofrece; pero puede que Adán no contara con que (como siempre) el Diablo no descansa, y mientras ellos hablaban Eva ya había hecho un pacto con la insurgente Lilith para derrocarle y enviar su reinado de infamia al infierno, de donde nunca debió haber salido.
La modernidad científica salió también de su charca en el cosmos para adentrarse en lo desconocido, y descubrió que al final de ese trayecto había un océano de horrores insondables y profundos. La cuestión es cómo se las arreglarán Eva y Lilith (con Adán ya nadie cuenta, lo sentimos) y el resto de las criaturas ctónicas/karyónicas ante la irrupción de lo desconocido. ¿Lo enfrentarán a cañonazos? ¿Lo esconderán debajo de la alfombra? ¿O tratarán de buscarle alguna solución provisional? Volver a la seguridad de las charcas es la estrategia del terraplanismo y el humanismo anticientífico: ambos se revuelven contra las complejidades infinitas de la materia, sólo comprensibles por medio de la abstracción, y porfían en la continuidad de sus prácticas monoculares ya sea por medio de oponerse al cambio climático, a la diversidad sexual, a la multiculturalidad, o a la misma «esferidad». Cualquier cosa para consagrar el espíritu del nihilismo (el anti-Dioniso) del que hablaba Nietzsche. Ambos son hijos de un mundo pequeño y estrecho, un Edén imaginario que vuelve a asomarse hoy desde el pozo negro de la historia ante la perspectiva de su segura desaparición.
