Fragmentos de #Accelerate (parte 3)
por robin mackay y armen avanessian
Un objetivo común en la obra de Plant, Land y el CCRU era identificar dónde queda la agencia humana una vez que el motor de transformación que conduce a la modernidad puede entenderse como inhumano; y el intento de participar vicariamente en su loop de retroalimentación positiva, por medio de ficcionalizarlo o incluso imitarlo, puede entenderse como una respuesta a ese dilema. El hecho de que las producciones del CCRU (rechazadas tanto por la corriente principal de filosofía continental como por los estudios culturales) tuvieran más influencia subterránea en músicos, artistas y escritores de ficción que en las formas tradicionales de teoría o acción política indica cómo su mensaje era más apropiable como fuerza estética que política. Los nuevos aceleracionistas, en cambio, se concentran principalmente en la construcción de un espacio conceptual en el que podamos volver a preguntarnos qué hacemos con todas las tendencias y máquinas identificadas en el análisis; y por eso el regreso de Fisher en 2012 al aceleracionismo giraba en torno a la importancia de una «instrumentalización de la libido» de cara a una política aceleracionista futura.[1] En consecuencia, Patricia Reed criticaba el manifiesto de Williams y Srnicek por no preocuparse de la «producción de deseo», limitándose a hacer diagnósticos y pronósticos demasiado vagos para provocar una participación inmediata. No sin razón, Reed plantea la cuestión del poder de la creencia y la motivación: ¿Qué pasó con la jouissance? ¿Dónde está el motor que impulsará el compromiso hacia la extravagante aceleración? ¿Dónde está el «dispositivo libidinal» que redirigirá los persuasivos incentivos del capitalismo de consumo, tan profundamente arraigados en la imaginación popular, y el desconcertante disfrute por las fantasías colectivas de zonas temporalmente autónomas?[2] Porque, como dice Antonio Negri, «la imaginación racional debe ir acompañada de la fantasía colectiva de nuevos mundos».[3] Y ciertamente, por mucho que se pueda «racionalizar» la lógica especulativa, esta todavía mantiene cierto vínculo con la ficción; por eso los primeros aceleracionistas intentaron movilizar la fuerza de las ficciones imaginativas, para ajustar la perspectiva humana a panoramas especulativos que de otro modo serían vertiginosos.
Además, como señala Patricia Reed, lejos de implicar un cortoplacismo, el aceleracionismo implica adoptar una visión a largo plazo de la historia que la política tradicional es incapaz de abarcar, con sus «procedimientos (…) basados en la finitud y la escala de tiempo del ser humano individual»;[4] e igualmente necesita involucrarse con procesos algorítmicos que ocurren por debajo de los umbrales perceptivos de la cognición humana (cfr. Terranova y Parisi). Por lo tanto, una parte de la transformación antropológica que aquí está en juego implica la apropiación y el desarrollo de un aparato conceptual y afectivo que permita a la percepción y acción humanas algún tipo de opción de compra en estas prácticas ficcionales de «escala prometeica», y no necesariamente en forma literaria —y aquí resuena una vez más la «fusión de la estética con la cultura tecnológica» de Shulamith Firestone.[5] (…)
En el corazón de los aceleracionismos de izquierdas, los nuevos marcos indicados por Negarestani, Brassier o Benedict Singleton reafirman el prometeísmo y esbozan una antropología transformadora, una nueva concepción de la razón práctica y especulativa, así como una serie de esquemas para comprender los materiales inextricablemente sociales, simbólicos y tecnológicos en los cuales cualquier orden poscapitalista tendría que basarse. No abogan por una dirección conocida para el aceleracionismo, y menos aún por la pura y simple velocidad, sino por lo que Patricia llama «excentrización» [eccentrication]; y, como Negarestani, Brassier y Singleton enfatizan de diversas maneras, por una navegación de los espacios surgidos a raíz de los compromisos con el futuro. Un futuro que verdaderamente se comprenda a sí mismo como tal y reconozca la naturaleza de su propia agencia. En los primeros aceleracionistas, la «mutación exploratoria» (Land) sólo podía abrirse en el espacio de búsqueda propiciado por la inversión futura del capitalismo. Como decía Land: «Los procesos de desenfreno de largo alcance se diseñan a sí mismos, pero sólo de manera tal que el “sí mismo” del proceso es perpetuado como la cosa rediseñada.»[6] Por eso, para la aceleración en la época del CCRU, este «sí mismo» no podía ser otro que la «voluntad infinita» del capitalismo mientras absorbe la modernidad en su «aumento infinito», su no-finalidad. Sin embargo, según Negarestani esta no-finalidad se desplazaría hacia el espacio de la razón progresivamente construida por el advenimiento de tecnologías sociales simbólicas, así como el espacio de normas que estas hacen posibles y transforman continuamente, proporcionando un apuntalamiento a los objetivos del MAP y un marco dentro del cual se pueden tratar sus cuestiones tecnológicas y sociales. En la concepción del diseño de Singleton, por su parte, la recuperación de las astucias de la naturaleza abre progresivamente un espacio de libertad incircunscribible, sacando a la inteligencia humana de su jaula parroquial y extendiéndola mediante prótesis y plataformas. Mientras que la fase inicial del aceleracionismo había sido una cuestión de seguir creyendo en proyectos utópicos o en el colapso inminente del capitalismo, y posteriormente la desconcertante invocación de fuerzas revolucionarias que actúan en su seno, el aceleracionismo actual, no menos optimista en ciertos aspectos, es sin duda más sobrio, un hecho que no puede desvincularse del momento que lo vio nacer, en medio de un clima que combinaba la crisis y el estancamiento del capitalismo. De hecho, es interesante que el aceleracionismo reaparece en los momentos en que los poderes del capitalismo parecen amenazados y las alternativas son escasas. Como dijo Fisher, las crisis actuales ofrecen un punto de partida oportuno desde el cual empezar a revalorar aquellos primeros momentos del aceleracionismo.
El destino de los autores de la French Theory resulta ilustrativo: en Mil mesetas, Deleuze y Guattari posiblemente tamizaron la postura del Anti Edipo y la diluyeron en un llamamiento a la cautela en lo respecta a la desterritorialización, así como un análisis más circunspecto del capitalismo. Como relata Iain Hamilton Grant, Lyotard pronto renegó abiertamente de su «malvado» momento aceleracionista y, coincidiendo con Camatte, pasó a conformarse con el desarrollo de pequeñas estrategias de resistencia dialéctica. De manera similar, la compilación de ensayos de 1983 de Lipovetsky ‒significativamente titulada La era del vacío‒ modulaba el tono revolucionario hacia uno de aprobación aquiescente, donde la «desestabilización acelerada» ahora se identificaba con un «proceso de personalización» cuyo vector liberador general se equilibra con una contracción hacia el narcisismo y el consumo espectacular de una «comunicación» ubicua.
La era de la cibercultura, al extender la propia «derivación» que hizo Lyotard de Deleuze y Guattari, podría decirse que también falló en reconocer los poderes de la antiproducción. D&G no sólo llamaron la atención sobre la esquizofrenia «positiva» de la descodificación y la desterritorialización, sino sobre la disociación esquizofrénica que tiene lugar en el trabajador técnico o científico, «tan imbuido en el capital que el reflujo de la estupidez organizada y axiomatizada coincide con él» (o como dice Firestone: «Querida, hoy descubrí cómo clonar personas en el laboratorio. ¡Vámonos todas a esquiar a Aspen!»). La transformación del plusvalor del código en plusvalor del flujo requiere que, así como el conocimiento técnico resulta separado de la estética, la trascendencia social (y potencialmente insurreccional) de una inteligencia maquínica descarriada sea a su vez «dividida» y su excedente retirado de forma segura por el capital.
Así, bajo el capitalismo, los individuos quedan aislados de las inmensas fuerzas de producción que ellos mismos hacen posibles en tanto que seres sociales, y la retroalimentación queda limitada a un «reflujo» mínimo y a un «poder» adquisitivo cualitativamente incomparable con los flujos masivos del capital. Por ello en «Teleoplexia» Land seguía dando importancia al desvío que se produce entre los dispositivos hechos para el consumo y las tecnologías propiamente dichas movilizadas en el capitalismo de consumo mismo. Sin embargo, la expectativa inicial de que la tecnología por sí sola perturbaría la antiproducción era excesivamente optimista, como también lo era el espíritu thatcheriano de libre empresa, que prometía empoderar a cada ciudadano con oportunidades de autorrealización mediante el acceso al mercado. La explosión de la propiedad accionaria, el crédito al consumo y el auge de los media y las tecnologías de información hicieron poco por desmantelar este mecanismo disociativo que, para Deleuze y Guattari, constituiría la «verdadera policía del capitalismo». Planteamientos como los de Terranova y Parisi, que examinan y reconciben plataformas tecnológicas fuera de este sistema de valores y de sus supuestos ideólogos, aprovechan la sutileza de la antiproducción y vienen a complementar los nuevos recursos filosóficos surgidos de los aceleracionismos contemporáneos.
La tarea de construir una política aceleracionista, sus máquinas y sus humanos, es un asunto que tiene que ver, como decía Marx, «tanto con (…) el ser humano en su proceso de transformación» como con «la práctica y la ciencia experimental: la ciencia materialmente creativa y cosificante en lo que respecta a este ser humano transformado, en cuya cabeza reside el conocimiento acumulado de la sociedad». Si este espacio de especulación por fuera del capitalismo no es un espejismo, y si «aún no sabemos lo que puede hacer un cuerpo tecnosocial moderno», ¿no es esta labor de lo inhumano algo no sólo racionalista, sino también vitalista en el sentido spinozista del término, algo que tiene que ver con el ser humano indisolublemente técnico y social (homo sive machina), en los dos aspectos de su trabajo colectivo sobre el mundo y sobre sí mismo? ¿Homo hominans y Homo hominata?
Notas
[1] Mark Fisher, «Terminator contra Avatar: Notas sobre aceleracionismo», publicado en Cíborgs, zombis y quimeras: La cibercultura y las cibervanguardias, Holobionte, 2020.
[2] Patricia Reed, «Seven prescriptions on accelerationism», publicado en #Accelerate: The Accelerationist Reader, Urbanomic, 2014.
[3] Antonio Negri, «Reflexiones sobre el ‘Manifiesto por una política aceleracionista’, publicado en Aceleracionismo: Estrategias para una transición al poscapitalismo, Caja negra, 2017.
[4] Patricia Reed, Op. cit.
[5] Shulamith Firestone, «The two modes of cultural history», publicado en #Accelerate: The Accelerationist Reader, Urbanomic, 2014.
[5] Nick Land, «Circuitos», publicado en Fanged Noumena Vol. 1, Holobionte, 2019, p. 98.
La versión completa de este texto fue publicada como prólogo a la edición del libro #Accelerate: The Accelerationist Reader, Urbanomic, UK, 2014.
