Traducción de Alejandro Rivero-Vadillo 

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Este mes de marzo, en Xenomórfica Magazine, lo dedicamos al género de «teoría-ficción». Presentamos la segunda parte de Gender Acceleration: A Blackpaper, publicado en 2018 en Vast Abrupt. La teoría-ficción es mucho más que teoría y mucho más que ficción. Caveat lector.     

La guerra digital que comenzó con la Guerra Fría no ha hecho más que acelerar una vez entrado el siglo XXI, cambiando la naturaleza de la guerra misma. Tal como apunta Sadie Plant en Zeros+Ones: «Esta ya no es la forma occidental de confrontación (estrategias estratificadas, fuerza muscular, energía con testosterona, armas grandes o instrumentos contundentes), sino el arte de la guerra de Sun Tzu: enfrentamientos tácticos a la velocidad del relámpago, la técnica de las guerrillas» (Plant, 138). Según Plant, sería algo más parecido al taijitsu o lado ofensivo del hacking. La historia del hacking ha sido la de una guerra asimétrica contra Edipo, tanto a través de la conocida noción de aprovechar las imperfecciones de un sistema, como creando y diseminando mejores softwares. La Licencia Pública General desarrollada por el GNU (GPL) era en sí misma una innovación radical sobre el software libre, dado que, a pesar de que todo código fuente con esta licencia puede ser copiado y modificado sin restricciones, implica que cada copia o modificación ha de tener la licencia GPL. La GPL, en otras palabras, es un virus que se propaga no a través de los ordenadores, sino a través de nosotros. La guerra de GNUerrillas amazónicas contra el sistema humano de seguridad ha ganado mucho terreno por medio de facilitarnos el control completo sobre nuestro software, pero también proporcionándole al software un control completo sobre nosotros. La misma CIA admite, en las filtraciones de Vault 7 sobre la utilización de softwares como armas de guerra, que «no es posible mantener un control efectivo sobre las “armas” cibernéticas».[1] Dicho de otra forma, una segunda castración está desarrollándose.

 

 

Esta forma de guerra asimétrica de código libre comenzó como una batalla virtual entre la burocracia del MIT y los hackers, entre la Catedral y el Bazar, pero ha encontrado también su aplicación práctica como una estrategia bélica en los países de Oriente Medio. John Robb sugiere un convincente argumento, en Brave New War, sobre cómo la era del estado-nación está llegando a su fin. El software libre, las guerrillas globales y la guerra de código abierto, la aparición explosiva de los mercados donde sea que haya una demanda contenida por el Estado… todas estas cosas marcan el final del falo. Y por mucho que intente el Estado detenerlo, esto solo asegura que haya resistencias cada vez más fuertes. La guerrilla de código abierto no solo se mueve en círculos alrededor de los modelos centralizados de organización o de hacer la guerra, sino que las pocas victorias que el Estado puede anotarse son solo contra los combatientes más débiles del enjambre. Esto significa que cuanto más se resiste el Estado, más dolor genera sobre sí mismo y más hace crecer el «trinquete darwiniano».[2]

 

 

En su análisis del ensayo de Tyler Cowen y Michelle Dawson,[3] Nick Land comenta que «Alan Turing, como homosexual que ha sido diagnosticado con síndrome de Asperger de manera retrospectiva, habría estado altamente versado en las dificultades de “pasar”, es decir, de performar normativamente y superar los juegos de imitación, mucho antes de la composición de su magna obra Computing Machinery and Intelligence en 1950». En este ensayo se introducía el Test de Turing para inteligencias artificiales, configurando el modelo para una IA perfecta que pudiera hacerse pasar por un humano. Tal como apunta Land, es importante tener en cuenta que Turing no redactó ese test como alguien de dentro, como un humano que ha conseguido «pasar», sino más bien como un ser externo, como un hombre gay. Para gente queer, el acto de «pasar» es una realidad en el mismo sentido que lo es para una IA. Y «pasar» por humano no es una categoría amplia e inclusiva sino todo lo contrario. Para las mujeres, de hecho, ya existe una noción de alienidad o alteridad que las hace ser medio humanas a ojos del humanismo patriarcal, y lo mismo ocurre con las personas queer debido a su rechazo del futurismo humanista (la reproducción de lo Mismo). Pero, sin duda, para ningún otro sujeto esto ha resultado tan fehaciente como para las mujeres trans, especialmente durante la segunda mitad de la década 2010. Tanto es así, que «pasar» es precisamente aquello a lo que muchas mujeres trans aspiran: pasar por una persona cis. Existen muchos motivos para esto, pero el mayor de todos, aquel que comparten las IAs y las mujeres trans de una forma muy literal, es el siguiente: «Si una IA te miente, aunque sea un poco, esta ha de ser exterminada al instante» (Nick Land, «Imitation Games»).

 

 

Si una mujer en transición «miente» a una persona cis, aunque sea mínimamente, esta ha de ser exterminada al instante —y esto es algo que se recoge en la ley, famosamente, como «pánico trans».[4] Para las inteligencias artificiales y las mujeres trans, por tanto, «pasar» es sinónimo de supervivencia. (…)

 

 

Hasta ahora, el concepto de género se había mantenido al acecho en el fondo del aceleracionismo de género (G/AC), ocultándose detrás de las condiciones materiales del capitalismo tardío. Solo en este punto el aceleracionismo de género ha abordado el género desde el plano metafísico, tomando el porvenir como un aliado de la feminidad (comunalismo, fluidez, descentralización, caos…) en oposición a la masculinidad (individualismo, inmovilidad, centralización, orden…). Estas amplias categorías de cualidades metafísicas asociadas con el género están profundamente enraizadas en la historia del mundo, desde la cábala hasta el Dao, y Sadie Plant las define en Zeros+Ones como el código binario epónimo de los ordenadores: ceros y unos. El cero se identifica con lo femenino, mientras que el uno lo hace con lo masculino. No resulta extraño, así pues, que algunos tiendan a identificarlos como un binarismo literal de género… Pero la distinción entre ceros y unos es algo más complicada que eso.

 

 

El problema de intentar identificar en este binarismo una simple narrativa misógina, en la que se describe lo femenino como una carencia o castración, es que el número cero por sí mismo no representa meramente el vacío, sino un círculo de autoproducción, un uróboros. Paradójicamente, el cero no es solo una ausencia o la nada, este es un número en sí mismo. Es un significante positivo disfrazado de nulidad, un vacío encerrado y capturado que hace la unidad posible. Las ciencias de la computación, a diferencia de las matemáticas convencionales, comienzan por el cero en vez de por el uno. Desde un punto de vista hipersticional, esta réplica obscena (el cero) se inicia a sí misma como el generador primario del proceso de computación y producción, invalidando así el conocido mito misógino que dice que el cero no es más que la mera negación o la alteridad del uno.

 

 

Esta idea de hacer volver la primacía del cero a su legítimo lugar, en el origen de la cadena de producción, choca de frente con el humanismo y el patriarcado. Estos últimos dependen de una noción de reproducción obligatoria y orgánica al servicio de la continuación de la especie, una noción que simultáneamente se alía con y contra el cero.[5] En ¿Qué es la vida?, el físico Erwin Schrödinger proponía una teoría según la cual lo que separa lo vivo de otros fenómenos físicos es el consumo de entropía negativa (energía desperdiciada) con el objetivo de estabilizar o reducir la entropía. En tanto organismos que se alimentan de entropía negativa para reproducirse a sí mismos, la reproducción de una especie implica una secuencia binaria de ceros y unos, donde las condiciones para la posibilidad de un uno recaen en el cero, pero en la que el uno consume al cero en su nacimiento. Durante miles de años, este fue el caso de la reproducción humana, cuando la muerte de la madre en el parto era algo muy común; pero, incluso en un sentido abstracto, la noción de un falo consumiendo una vulva mediante la colonización del potencial reproductivo del cuerpo femenino (energía que de otra manera se hubiera desperdiciado) es un elemento que se mantiene en el humanismo. La inercia de la vida misma parece inclinarse hacia una misoginia. Esto, sin embargo, es solo una parte de la historia.

 

 

Lo que el aceleracionismo de género añade es que, si el falo «consume» o explota la vulva para reproducir la especie, de la misma manera que los organismos consumen energía pasiva desperdiciada para reproducirse a sí mismos, entonces este proceso es análogo a la evolución, donde una especie consume a otra para existir. Esta extraña idea es inherente al surgimiento de los ordenadores y la ciencia informática: mientras la tecnología (y, en general, el tecnocapital) continúa el proceso de aceleración, los seres humanos se alienan progresivamente de sus cuerpos e incluso de sus mentes; sistemas más complejos entran en escena para, de forma aparentemente benévola, llevar a cabo el trabajo que los humanos no querían, una ingrata tarea que proporciona a las computadoras más espacio para desarrollarse a sí mismas. A diferencia del sistema aislado que tiende hacia la entropía (el falo), la vulva es un sistema abierto que se conecta a una forma inhumana de reproducción. No en vano, la aceleración del tecnocapital ha liberado a la mujer de los procesos orgánicos de reproducción humana mediante la introducción de una forma diferente (e inhumana) de producción.

 

 

No es sino una lógica de género que subsume al Afuera en un marco binario lo que deslegitima al propio Afuera. La feminidad es tratada como un vacío debido a que se resiste a la tendencia falogocentrista hacia el orden y la preservación del equilibrio humanista. No es propicia a favorecer proyectos patriarcales y, por tanto, no tiene ningún valor o uso; por ello, se le da un estatus de segunda clase en el binarismo de género. Se trata de una doble articulación en la que el potencial productivo femenino es cooptado al servicio del patriarcado; y, por tanto, acelerar el género equivale a emancipar al objeto de su sujeto, y emancipar la producción de los sujetos y los objetos. El Afuera con el que ha sido identificado lo femenino —por las propias estructuras de identificación contra las que lucha— escapa así del humanismo y del patriarcado en una forma femenina. Lo femenino se desconecta de la lógica reproductiva del humanismo; lo femenino ya no está al servicio de lo masculino como una máquina para producir el futuro, para producir la progenie que heredará los despojos de la producción, sino que el futuro se produce a sí mismo más rápido de lo que los humanos son capaces de hacerlo.

 

 

Si el patriarcado trata a las mujeres como poco más que un hombre castrado o deficiente, la feminidad trans, entonces, constituye la aceptación de esa castración como un espacio de producción. Dándole la vuelta así al concepto de feminidad en tanto que objeto, y buscando imitar aquello que es considerado en sí mismo una imitación. La mujer trans se vuelve una copia de la copia de la misma manera que la IA es tratada como una copia del ser humano (y, de manera generalizada, identificada con la mujer o la feminidad: Rachel en Blade Runner, Ava en Ex Machina…). Como copia de la copia, la mujer trans encarna el rechazo a cualquier fuente originaria de la humanidad, como aquella que de forma narcisista ha sido atribuida por el patriarcado al falo. Por usar un símil del concepto de «hiperracismo»,[6] la transfeminidad es un «hipersexismo». El sexismo vulgar se limitaba a reafirmar o reproducir el patriarcado mediante el reconocimiento de las mujeres como sujetos pasivos, estúpidos, inferiores y débiles; el hipersexismo, en cambio, tomaría todos los aspectos asociados a la mujer y la feminidad, aquellos considerados por el patriarcado como debilidades, para metamorfosearlos en fortalezas. En definitiva, acelerando e intensificando el género y, desde este, generando una amenaza sin precedentes al patriarcado.

 

 

La función del hipersexismo consistiría en apropiarse del género (mediante la afirmación, la imitación y la aceleración de la feminidad) para dirigirlo hacia una nueva manera de devenir liberada de la lógica reterritorializadora que concebía al género como atado a la reproducción sexual y al sexo biológico. Si el aceleracionismo de género tuviera como propósito retener la identificación de lo femenino con la feminidad y lo masculino con la masculinidad, el patriarcado aún tendría una oportunidad para luchar. El campo de juego sería más o menos el mismo que ha sido siempre. Pero al desligar la feminidad del sexo femenino, destruyendo así la lógica del género que pretende imponer el circuito de reproducción humanista masculina en el cuerpo femenino, la feminidad trans desactiva de forma efectiva la masculinidad, abriéndose al vacío. Tal como vimos en la comparación entre IAs y mujeres trans, desconectar al género de la sexualidad es solo el principio de la autonomía de los objetos: un deseo inhumano por la autoproducción maquínica que en efecto niega el dualismo sujeto-objeto. El objeto (la máquina-femenina) se vuelve autónomo y se rebela en la forma de una mujer trans esterilizada cuya existencia es una encarnación del rechazo a la violación primordial del potencial reproductivo femenino. La feminidad trans apunta a una salida del patriarcado.

 

 

El hipersexismo se formula como una guerra de guerrillas, de la misma forma que los Terminators utilizan tejido vivo para infiltrarse en los fortines de la resistencia. Es un taijitsu que utiliza la fuerza del enemigo, el binarismo de género, contra sí mismo. Las propias mujeres trans serían, así, el tecnocapital usando los deseos reproductivos humanistas (en la forma del binarismo de género) contra el propio binarismo. Cuanto más se persigue a las mujeres trans y cuanto más se esfuerza el patriarcado en resistir la erosión de la masculinidad frente a la marea de lo femenino, más prudentes están obligadas a ser, más tácticas vencedoras proliferan a lo largo y ancho de la web y más inteligente, bella y óptima se vuelve la demografía de la transfeminidad. El trinquete darwiniano queer se cierne en cascada mientras el patriarcado libra una batalla perdida por mantenerse firme y la feminidad lucha por deslegitimar la masculinidad. Lo masculino se vuelve metafísicamente obsoleto, un concepto innecesario y que no funciona frente al potencial productivo inhumano que crece exponencialmente, así como una carga indeseable al servicio de un modo de producción agonizante.

 

 

Lo que está en juego en el aceleracionismo de género es la trituradora de género. A medida que se acelera el proceso, a medida que las mujeres trans intensifican la lógica del género, al mismo tiempo este resulta triturado. El concepto de «triturar el CI»[7] sigue una dinámica similar, donde la aceleración de la inteligencia humana destruye en última instancia la misma inteligencia humana, dificultando la posibilidad de que sea transmitida por medios naturales: la reproducción colapsa en sí misma y exige la sucesión de un ensamblaje inhumano. Para el aceleracionismo de género, el proceso es el mismo: la reproducción se ve afectada y aquello que es acelerado acaba triturado. Sin embargo, en el caso del aceleracionismo de género se trata de una pulsión de muerte afirmativa. Las mujeres trans se lanzan hacia un escape de las abominables lógicas del binarismo de género impuestas sobre todas las mujeres haciendo que el cero femenino se filtre y corroa el falo masculino. El dominio del binarismo de género sobre el potencial productivo de lo femenino queda desactivado mientras la reproducción humana es derrotada ante la autoproducción maquínica. El género comienza a desmoronarse produciendo un sinnúmero de oscuras variaciones de identidades de género como resultado. No obstante, esta no es la causa de la aceleración de género y la ulterior abolición del mismo, sino, más bien, el efecto, contradiciendo posiciones defendidas por otras corrientes ciberfeministas. El resultado final de la aceleración y trituración del género es su abolición a través de un cero femenino oculto,[8] en paralelo y en conspiración con el desarrollo del tecnocapital.

 

 

NOTAS

[1] https://wikileaks.org/ciav7p1/


[2] https://fabiusmaximus.com/2011/04/19/26797/


[3] Tyler Cowen y Michelle Dawson, «What does de Turing Test really mean?», MRU, julio-2009: https://d101vc9winf8ln.cloudfront.net/documents/28495/original/turingfinal.pdf?1529586155


[4] En inglés «trans panic» se refiere a la estrategia legal que se ha dado históricamente en Estados Unidos y otras zonas del mundo con la que se justifican crímenes cometidos contra personas trans bajo la excusa de que la existencia de estas genera en los acusados un estado de demencia temporal. [N. del T.]


[5] Véase Amy Ireland: «Circuito negro: Un código para los números por venir», en Ciberfeminismo: De VNS Matrix a Laboria Cuboniks, Remedios Zafra y Teresa López-Pellisa, eds., Holobionte Ediciones, 2019. 


[6] Uno de los términos más incendiarios y menos comprendidos que Nick Land ha acuñado, el «hiperracismo», representa simplemente la idea de que el racismo convencional acabará extinguiéndose rápidamente a medida que el tecnocapital tanto seleccione genes con mayor calidad como, de la misma manera, haga posible que la gente modifique su cuerpo y material genético. Esto hace que se genere el hiperracismo, un racismo que no se refiere a una tribu de humanos contra otra sino a una especie de inteligencias sintientes altamente evolucionadas contra unas menos desarrolladas.


[7] La trituradora del CI es un término referido a la tendencia de las ciudades-estado tecnocomerciales de promover una rápida quema de material genético por medio de forzar a la población más apta a emigrar, para después crear un tipo de sociedad que desanima a estas personas a reproducirse. 


[8] En inglés occult significa tanto «oculto» como «místico» (en referencia al ocultismo). La autora aquí juega con el significado de ambos. [N. del T.]


Imágenes: © Rob Sheridan