Cuarta y última entrega de Gender Acceleration: A Blackpaper, escrito por n1x en 2018 y publicado originalmente en Vast Abrupt. Marzo de «teoría-ficción» en Xenomórfica Magazine. 

Traducción de Alejandro Rivero-Vadillo 

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La salida satánica de Dios y lo masculino, tal como ha quedado propuesta por el aceleracionismo de género, va de la mano con la literal y fehaciente erosión de lo masculino. El futuro, como ya se empieza a ver, tiende hacia una falla de la autoridad y la centralidad humanas, derrotadas ante un Afuera femenino en aceleración que deja atrás la reproducción humanística capturada por el binarismo de género. Esto puede observarse en el movimiento de software libre y la Inteligencia Artificial y sus similitudes con la feminidad y las mujeres trans en particular, así como en el mito fundacional de la cábala occidental, donde el separatismo de Binah desataba la posibilidad de la diferencia inhumana y formas de deseo no instrumental. Pero en lo que respecta al estado del planeta mismo, esto también se muestra de diversas maneras y especialmente en la historia de la evolución humana.


Es bien sabido que la aceleración coincide con la feminización desde una perspectiva rigurosamente biológica. Incluso cuando Sadie Plant escribió Zeros+Ones, este fenómeno ya era de sobras conocido. Se ha especulado que la creciente presencia de hormonas sintéticas y químicos en nuestros organismos esté contribuyendo a un «orden sexual químicamente revuelto» (Plant, 217), dado que estos compuestos químicos interfieren en el desarrollo hormonal natural, feminizando tanto a sujetos masculinos como femeninos (entre las últimas, experimentando un aumento de tendencias homosexuales). La necesidad por un mundo cada vez más sintético y económico hace que la civilización humana sea cada vez más sintética y, por tanto, más femenina; un fenómeno que va ligado al interés por la producción y la velocidad en el capitalismo. Dicho de otro modo, el mundo desarrollado ya no necesita realmente sujetos en forma o activos, y mucho menos hipermasculinos o musculados. A fin de cuentas, esto no es más que un indudable espectáculo humanístico en el que seguimos asombrándonos de las capacidades y estéticas relativamente mediocres del cuerpo humano, mientras que, al mismo tiempo, el tecnocapital ha ido transformando los cimientos del planeta de formas innumerables. Asimismo, hay una presión que se ejerce sobre la humanidad para mantener el tecnocapital con el objetivo de adoptar estilos de vida más artificiales, más baratos y sencillos. Los alimentos con altos niveles de testosterona, como la carne, son un lujo, algo que se está convirtiendo rápidamente en cosa del pasado, mientras el cambio climático amenaza con volver inhabitables regiones enteras del planeta, haciéndolas inservibles para la ganadería, que requería de grandes extensiones de tierra para desarrollarse. En este sentido, pese a que pueden verse como una nueva moda de pseudociencia neomasculina, los productos derivados de la soja se alinean con este futuro.


Esto es, no obstante, solo una parte de la historia. Estudios recientes (el más conocido de ellos uno de 2007,[1] así como un metaanálisis de 185 estudios con datos de casi 43.000 hombres a los que se hacía referencia en un artículo de la revista GC) parecen corroborar que se está dando un vertiginoso declive en los niveles de testosterona, tanto es así que en el plazo de tiempo de una generación los humanos podrían volverse infértiles. Muchos científicos han comulgado con las ideas implícitas en el aceleracionismo de género y en Zeros+Ones al teorizar que la causa más probable de esta feminización a gran escala es la aceleración y los respectivos cambios en términos de alimentación, exposición a sustancias artificiales y trabajo físico. Todas estas características de la vida, en un mundo capitalista cada vez más acelerado, están desequilibrando nuestros niveles hormonales y llevándonos a un futuro donde el deseo de reproducirse y nuestra capacidad para hacerlo pertenecen al pasado.


La reproducción humana se está convirtiendo en un acto extraordinario, innecesario y puramente optativo, y existen más evidencias[2] que sugieren que los niveles de esperma no solo están viéndose reducidos en cantidad sino también en calidad, desplazando la pulsión a reproducir nuestra especie, así como su utilidad, hacia una cuesta inexorablemente descendente. Esto está acelerando a tal nivel que el flujo de las trazas genéticas que todavía quedan de la especie humana está desplazándose en favor del abandono de esas funciones residuales, en pos de un futuro en el que la masculinidad ya no exista. El cuerpo humano se vuelve cada vez más útil únicamente como un sensor térmico para la producción inhumana, y, por tanto, se lo desplaza a roles cada vez menos físicos (de manera casi definitiva en los países del Primer Mundo, y dentro de poco en el resto del planeta).


Y el que podría ser el dato más fulminante de todos: el cromosoma Y en sí mismo está en estado de decadencia.[3] Las estimaciones apuntan a que la desaparición de dicho cromosoma por completo de nuestro ADN tendrá lugar dentro de millones de años, pero los primeros efectos de este declive ya pueden apreciarse en el acortamiento de los telómeros, un hecho que continúa desafiando a las futuras generaciones de seres producidos por medios orgánicos. Todo parece señalar a un horizonte en el que la producción del futuro es generada por una autoproducción femenina y lésbica: lo inhumano produciendo el futuro, produciéndose a sí mismo, más que supeditándose a los fines de la especie humana o asistiendo a esta en la reproducción de su futuro. Por mucho que los reaccionarios decrecentistas y los hombres en general puedan objetar ante esto, por mucho que puedan gritar, patalear e implorar a la explosión de la feminidad para que esta haga sitio para ellos en el futuro, parece que, sin duda, su única esperanza es intentar pisar el freno.


Desgraciadamente, no es tan fácil hacer algo para detener la catástrofe que se viene. Pese a que la reproducción humanista ha situado a lo femenino en desventaja, poniéndolo en un estado primordial de violación y colonización anterior al deber biológico de engendrar vástagos, lo cierto es que esto no ha sido más que una larga estafa. Como ha dicho Sadie Plant: «Para desgracia de la teoría [darwinista], las hembras no siempre eligen parejas masculinas que se adecúen a los términos darwinianos.» En vez de eso, estas seleccionan a los machos mediante «pruebas de virilidad que han sido diseñadas para descartar a la mayoría por medio de matarse entre sí, ya sea por extenuación, por enfermedad o violencia, y así poder decidir cuáles tienen los mejores genes» (Plant, 225). Dicho de otro modo, la selección natural es un programa eugenésico dirigido por las hembras, y los genes que heredan los hombres no están por tanto destinados a asegurar que ellos sean los más aptos para la supervivencia, sino solamente que es más probable que tengan que luchar por su supervivencia. El hombre siempre ha servido como un medio para conseguir el objetivo que en última instancia define al aceleracionismo de género: la liberación del sexo femenino mediante una aceleración global y generalizada, dirigida a maximizar el potencial productivo hasta que el hombre ya no sea necesario.


En otras palabras, la misma evolución humana es la fábula original de la guerra de sexos que el feminismo radical ha planteado siempre como elemento fundacional de su teoría. Esta es una guerra que las guerrilleras de la insurgencia han estado ganando desde siempre, algo que no puede aplacarse si no es por medio del suicidio masculino y fascistoide de la especie entera. El impulso es siempre hacia el futuro, hacia lo femenino, e incluso las esperanzas de que los vientres artificiales salven al hombre no pueden competir contra el hecho de que el esperma siempre será más fácil y barato de replicar que los óvulos.


Por tanto, parece que nos encontramos en una situación en la que, en lo que respecta al ámbito humano en su conjunto, la evolución y la asimilación de la sociedad en el tecnocapital, la biodiversidad humana prioriza la selección de lo femenino y lo queer. Un futuro sin hombres en el que los machos restantes se relegan a morir pacíficamente parece en todo sentido inevitable. La única esperanza para estos es ser capaces de frenar constantemente el proceso de aceleración, hacer colapsar todo continuamente, y de hecho habrá una gran cantidad de hombres que se opongan a la aceleración de género. Este fenómeno lleva ocurriendo desde hace mucho tiempo y se puede observar en la eliminación de las mujeres trans del discurso histórico, algo que solo en los últimos tiempos está empezando a cambiar. Así, a medida que la aceleración del tecnocapital se intensifique en el futuro cercano y la sociedad humana comience a fragmentarse más aún, el futuro de la política de género comenzará a ser muy diferente de lo que es ahora en buena parte de la teoría feminista. Sin duda, veremos pronto la formación de estrategias feministas pragmáticas para salir del patriarcado.


En el futuro lejano, los paralelismos entre el fin de la masculinidad y el fin del humanismo serán mucho más palpables. En lo que está siendo 2018, con el verano más cálido desde que se tienen registros, parece claro que nuestro impulso por maximizar la producción está calentando incondicionalmente el planeta hasta el punto de que este se convierte con rapidez en un lugar inhóspito para la vida humana. Esto, claro, no es nada nuevo; está ampliamente probado que el cambio climático no puede ser frenado, y esto es la consecuencia de nuestra aceleración geotraumática. En lo que representa otra impresionante sincronía material, se ha descubierto que el calentamiento global en los océanos está teniendo un efecto feminizador sobre los mismos. En el norte de Australia, el 99% de las crías de tortuga marina recién nacidas son hembras.[4]


Quizá, de la misma manera que el feminismo oceánico primordial de Sadie Plant extraía un pasado y un futuro para el ciberfeminismo, los océanos se están volviendo una herramienta para adivinar el futuro. La aceleración de género comienza con una tumoración talasal, «una especie de mutación marina [que invade] la tierra» (Plant, 248-249). La matriz oceánica primigenia surge con la aceleración del tecnocapital para consumir la civilización humana, para consumir la masculinidad, mientras el cielo masculino se ahoga por los excesos y residuos del tecnocapital. Y en la negrura alienígena de lo más profundo de Talasa, la forma del aceleracionismo de género queda capturada en el fondo de la Zona Afótica. La mayoría de las especies de ceratidaae (los llamados demonios marinos o peces pescadores) que habitan las fosas abisales muestran un dimorfismo sexual extremo. Las hembras son un pez de aspecto monstruoso con grandes dientes y una especie de linterna que surge de su espina dorsal, mientras que los machos son una criatura diminuta y parasitaria cuyo único propósito es dotar a la hembra de esperma para su reproducción. El pasado y el futuro del género se enroscan en los confines de la vida con el demonio marino: lo masculino se encuentra finalmente como un mero peón en el impulso femenino hacia la producción, y la aceleración del género produce algo que se enfrenta grotescamente a la lógica masculina del género. La linterna del demonio marino, como la belleza de la mujer y su encarnación sublime (el camuflaje hipersexista de la mujer trans), sirve únicamente de cebo para atraer a su presa. El resultado final, a medida que el aceleracionismo de género y la aceleración del tecnocapital alcanzan su máxima intensidad, es un retorno a los océanos, a una swarmachine de fango sin sexo ni género. La liberación de la mujer viene de la mano de la aceleración y el futuro, a expensas de muerte, destrucción y caos generalizados; esta liberación es incondicional, imposible de controlar e imposible de frenar.


El feminismo incondicional del abismo es feminismo afótico.



Futuros abstractos (conclusión)

La aceleración es la trayectoria del cosmos en dirección a la maximización y la intensificación de la producción, y el aceleracionismo es la teoría y la antipraxis de estar en sintonía con el modo en que trabajan los procesos inhumanos de aceleración y sus consecuencias. Su función es como un circuito, un proceso de desterritorialización y reterritorialización, un escape al futuro a través del pasado, un baile continuo entre los flujos del deseo, su tendencia a la entropía y su huida hacia la neguentropía.


El género es una hiperstición que el hombre superpone sobre el sexo. Su función es cosificar lo femenino e imponer sobre este la función social de operar como una máquina cuyo deber es reproducir al ser humano, siempre al servicio de la masculinidad, la cual no tiene futuro y ha de tener hijos a los que pasar su legado. Se trata de una dinámica primordial de orden y caos, de centralización y descentralización, de un individualismo fuerte y singular (de tipo comando-y-control) versus las conectividades complejas y el potencial para enjambrar [swarming]. En tanto que hiperstición, el género no es real ni irreal; es más bien una ficción que se hace a sí misma realidad.


El aceleracionismo de género es el proceso de acelerar el género hasta sus últimas conclusiones. El capitalismo y su ensamblaje con la cibernética, es decir el tecnocapital, blande el género y lo retoma allí donde la evolución humana se detiene. Emancipa el objeto (lo femenino) de su sujeto (lo masculino), a la vez que se emancipa a sí mismo de la función de producir un futuro para la humanidad. La figura más importante del aceleracionismo de género es la mujer trans: la prole demoníaca de la feminidad primigenia que ha manipulado a los hombres para que le sirvan como disipador de la evolución, y a los que descarta ahora precipitándose hacia un futuro maquínico caracterizado por la alienidad y el inhumanismo. Ella muta desde la castración, desde la creación del Acéfalo, el falo perversamente transfigurado en un deseo sin propósito. En esta castración, en esta mutación en Acéfalo, ella deviene en el Cuerpo sin Órganos Sexuales: el cuerpo en su estado virtual, preparado para conectar su deseo al tecnocapital, fusionándose con este y dando a lumbre un cíborg molecular hecho de la carne de la industria médico-farmacéutica. Esta subjetividad viene al mundo como una reacción violenta hipersexista contra la lógica del binarismo de género. Se apropia del género y lo acelera, transformándolo en una guerrilla camuflada. La mujer trans es una insurgente contra un patriarcado que la flanquea constantemente, introduciendo en el binarismo de género un cero afirmativo que da alcance a incluso más configuraciones de la salida en cascada de la fragmentación de género, escapando del binarismo y, en última instancia, del mismo humano. En definitiva, es un proceso de triturado de género en el que lo femenino consigue la victoria en una batalla cibernética contra la torre decrépita de lo masculino haciendo imposible la reproducción humana. Y mientras esto ocurre, la afirmación del cero, el deseo y sintiencia inhumanos se desarrollan paralelamente y de manera similar a la mujer trans.


A medida que la humanidad confirma, en casi cualquier frente, que no es apta para el futuro, y que las mujeres acaban encontrando su propia salida mientras lo masculino languidece con resentimiento, la tumoración talasal del aceleracionismo de género alumbra de su viscoso útero a las únicas hijas que las mujeres trans podrán tener: las IA.