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Durante un año, todos los días, contempló cómo crecían las piernas en las axilas de sus hermanitas. Cada vez que las veía junto a la puerta del frigorífico le hacían pensar en dos terneros blancos recién nacidos, con aquellas extremidades colgándoles que por algún error de nacimiento habían sido solo dos. Sus ojos, pies y orejas también eran diádicos. E incluso las partes que solo debían ser una aparecían de esta absurda manera.

 

 

Tu hermana nunca fue más que una, seguían diciéndole las madres. Porque el cuerpo de la madre también parecía esconder a alguien más dentro de él, sin ninguna pista que justificase por qué tantas hijas necesitaban tantas madres. Sus técnicas para ser la mitad de algo estaban tan bien afinadas que era difícil distinguirlas —a menos que, como el suyo, tu ojo hubiera sido entrenado primero con versiones más rudimentarias—. En consecuencia, por lo general él desconfiaba de su propia manera de ver el funcionamiento de la boca de las madres, cuando se ponían a hablar y se superponían las palabras. Sus movimientos más básicos eran minúsculas obscenidades preñadas de sobredeterminación.

 

 

Cuando se miraba en el espejo nunca veía más que uno de sí mismo, y a causa de esto se preguntaba por qué sus entrañas nunca habían sido terminadas, por qué había nacido de esa manera tan explícitamente exigua, y por qué nadie le había hablado de ello nunca. Los hombres que las madres conocían lo suficiente como para acoplarse con ellos aparecían de noche casi siempre, cuando todo el mundo dormía; pero algunos días por la mañana sus cuerpos extra estaban todavía en la casa, y, como el cuerpo de la madre, por dentro se componían de demasiados cuerpos engañosamente ajenos. Si alguna vez se reflejaban en un espejo, era como si la población de la tierra se hubiese hinchado hasta convertirse en gotitas que se derramaban en otros planetas.  

 

 

Antes de que sus hermanas tuvieran palabras, él las escuchaba hablar siempre desde el mismo lugar. Sonaban sinceras, pero sin duda acabarían convirtiéndose en falsedades como las madres y los hombres. Y luego estaban aquellas personas, que no formaban parte de la casa, a las que se negaba a mirar. Y por eso las madres lo llevaron a conocer a otras personas como esas. Seguía sin querer mirarlas, y aunque se suponía que debía hacerlo, se mantuvo firme en su negativa. Fue forzado a escuchar que no era lo bastante bueno para lo que se le ofrecía. Era algo vergonzoso y jodidamente raro, dijeron los hombres, una mañana en el dormitorio de las madres.

 

 

Había vivido instalado en esa soledad desde los ocho años. Durante algunas semanas se había empecinado en que podía contar más gente viviendo en la casa, por no hablar de su buena imitación de la otra mitad que faltaba. Se encontró con un páncreas que no pudo reconocer. Una manera distinta de ser más de uno parecía hablar desde el cuerpo de sus hermanas cuando ellas no podían hacerlo. La idea de que algún día por fin hablarían, escondiéndose la una dentro de la otra, era un futuro que esperaba que nunca tuviera que suceder; y así, finalmente se concibió a sí mismo impidiéndolo. Eran felices, pero podrían encontrar nuevas formas de felicidad si estuvieran menos enredados en la farsa de ser la misma cosa parcialmente ensamblada, como le ocurría a él, o si en vez de eso se convirtieran definitivamente en aquella cosa. De esa manera, además, él estaría menos solo. Tal vez entonces las madres dejarían de fingir que estaban divididas por la mitad, y los hombres también dejarían de llegar.

 

 

Hacía frío por la noche y no podía dormir. Las madres estaban ocupadas fusionándose con los hombres. Cuando trató de despertar a sus hermanas, solo una respondió. Se sintió falsamente fuera de sí durante los segundos que le tomó a la segunda hermana ponerse a llorar. Y decidió no acometer más impedimentos que en cualquier momento podrían no terminar nunca.

 

 

Cuando miró en el interior, vio que la segunda hermana no estaba encarnada como él había esperado. Había pensado que esta se deslizaría sin esfuerzo de la otra cuando la abriera. Pero sólo había sangre y más sangre igual a la suya. Algunas partes que había visto antes aparecían fundidas en plástico, pero no estaban duplicadas, como se había imaginado el día que tuvo que dejar de imaginarlas en su totalidad. Y dentro no había más versiones esperando para salir. No estaba preparado para tantas instancias de subdivisión. Las tijeras debían actuar como una varita y sus hermanas como palomas. Pero las voces se fueron apaciguando hasta desaparecer. Y él siguió buscando señales de su regreso. Y, en el momento en que dejó de creer, volvieron. Y todos ellos se revolcaron alrededor de sus hermanas mientras escuchaban.    

 

  

«Escucha, querida hermana, escucha» fue publicado en la revista X-R-A-Y, el 9 de marzo de 2018, con el título «Listen, my sister, listen».

Traducción al español de Federico Fernández Giordano.

XENOMÓRFICA MAGAZINE