«LOS FEMINISMOS DEL FUTURO HOY»: ENTREVISTA A LUCCA FRASER DE LABORIA CUBONIKS

POR ESMÉ HOGEVEEN

Prsentamos un fragmento de la entrevista realizada por Esmé Hogeveen a Lucca Fraser de Laboria Cuboniks. La entrevista íntegra fue publicada en español en el libro Nuevos vectores del xenofeminismo (Holobionte, 2022). Originalmente publicada en inglés en C Magazine, 132, 2016. 

 

Esmé Hogeveen es escritora y editora radicada en Tkaronto/Toronto. Su trabajo crítico ha aparecido en medios como The New York times, The LA Review of Book, Interview Magazine, Artforum, Bookforum, Frieze, BOMB, The Baffler, TANK Magazine, Hazlitt, Hyperallergic, Texte zur Kunst, S/Magazine, Spike Art Magazine, GARAGE, Canadian Art, C Magazine, Border Crossings, Inuit Art Quarterly, y cléo film journal. Fue integrante de MICE Magazine Collective, es profesora de Teoría Crítica e Investigación Creativa en el Pacific Northwest College of Art, y recientemente fundó Oral Method, una serie de conferencias experimentales que invitan a escritores y artistas.

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ESMÉ HOGEVEEN: ¿Quién es exactamente Laboria Cuboniks? Y ¿sigue activo el grupo?

 

LUCCA FRASER: No es nadie en particular. Aunque sí sigue muy activa. Aquellas de nosotras que estuvimos implicadas en el ma­nifiesto ya fuimos des-anonimizadas, así que no hay ninguna necesidad de ser esquivos. Excepto por un punto: Laboria Cu­boniks no es algo con lo que queramos ser identificadas de una manera rígida. Sólo queríamos que [Laboria] empezara, y darle a la gente una idea de lo que podría significar hablar a través de ella, o con ella. Éramos seis al principio. Desde entonces, e in­cluso de manera indirecta durante la redacción del manifiesto, hubo otras personas involucradas… Supongo que Laboria Cu­boniks está destinada a ser una plataforma abstracta, de la que no creemos que debamos ser sus guardianes. Es un seudónimo para cualquiera que esté interesado en usarlo. Por supuesto, es un poco incierto que los resultados vayan a ser coherentes o úti­les, pero parece un reto interesante.

 

E.H.: (…) ¿Hasta qué punto crees que la in­terdisciplinariedad de tu pensamiento refleja una disolución de la oposición tradicional entre experiencia material y experien­cia inmaterial o virtual?

 

L.F.: (…) En internet el discurso se entrelaza con la vida cotidiana. Los hilos se mueven rutina­riamente de un lado a otro, desde análisis económicos oscuros hasta publicaciones de mierda, confesionarios y chácharas. Se trata de un ecosistema de ideas y memes completamente dife­rente. En este nuevo sistema, las ideas deben difundirse tan rá­pidamente como la gripe para seguir siendo viables; no pueden darse el lujo de tomarse el tiempo que tardarían en difundirse en un ecosistema académico. Las ideas académicas se parecen más a las enfermedades de transmisión sexual: son duraderas, pero requieren mucho más que un contacto casual para propagarse.


Otro giro que provocó internet y las redes sociales, creo, es la forma en que ha vuelto patas arriba el espacio doméstico. (…) El mundo ya no tiene (o se está desprendiendo de ella muy rápido) la estructura que una vez lo hizo susceptible de formas tradicio­nales de control: aislamiento, guardia, censura, contención, etc. La separación del trabajo intelectual y manual, de los espacios privados y públicos, etc, presupone un mundo con una forma muy diferente del que tenemos ahora. Ya se rompieron esas es­feras de cristal. Nuevas formas de control aparecen rápidamen­te, impulsadas por formas de observación e inteligencia que no tienen precedentes históricos; pero tampoco hay forma de que el caballo vuelva a entrar en el establo, ni que las estrellas den marcha atrás en el firmamento.


Se habla mucho del panóptico moderno y de la vigilancia del estado en nuestros días, pero en cierto modo esto tiende a ser un poco pesimista: las tecnologías y las prácticas gubernamentales de vigilancia y control pueden estar acelerándose, pero inclu­so así están perdiendo la carrera. Gracias a las tecnologías mo­dernas de encriptación y anonimato, el mundo se está volvien­do imposible de vigilar e incontrolable en un orden de magni­tud completamente diferente y mayor. Sólo para darte un ejem­plo: prácticamente todos los teléfonos inteligentes actuales están equipados con tecnología de encriptación, como Signal, que es lo bastante potente como para escapar de las agencias de vigilancia más poderosas del planeta. El retroceso que estamos viendo en los intentos de algunos países por limitar o debilitar el cifrado es tan inevitable y ridículo como parece, pero es una lucha que creo que ya han perdido.

 

E.H.: Laboria Cuboniks profesa cierto escepticismo hacia el discur­so interseccional performativo y potencialmente insincero, o no desarrollado. ¿Crees que se puede establecer una conexión entre la aversión del XF a ser etiquetado y la negativa de las ciberfemi­nistas a autodefinirse (es decir, como se manifestaba en las «100 anti-tesis» de la Primera Internacional Ciberfeminista de 1997)?

 

L.F.: Sí. La «interseccionalidad» es una noción tremendamente importante; es la idea de que toda abstracción demográfica tiene fugas como el infierno, y que ninguna categoría de identidad nos captura sin condiciones, y que el poder nunca opera de manera uniforme, sino que se adapta a cada faceta de nuestras vidas complejamente texturadas. Esto significa que cualquier fundamento que propongamos para la solidaridad correrá el riesgo de convertirse en algo engañoso y procustiano, o incluso abiertamente opresivo, si no permanece abierto a una especie de universalismo. Pero un universalismo que parte de las particularidades concretas de la situación. Este es un punto delicado, porque también vemos que los gestos universalistas son utilizados como una excusa para ignorar las situaciones con las que nos enfrentamos. El lema «Todas las vidas importan» [de los antiabortistas] es un claro ejemplo de universalismo falso: no es un gesto interseccional y genuinamente universalista, sino un retiro, una forma de vaciar una lucha real de su contenido, haciéndose más accesible para aquellos que no quieren ser molestados.

 

E.H.: Aunque las industrias comerciales y de vigilancia parecen in­sidiosamente parásitos de la cultura digital, ¿crees que la memé­tica on-line todavía puede ofrecernos avances en formas psíqui­cas y corporales de auto(re)generación psíquica y corporal, o tal vez incluso libertad(es)? Y ¿qué papel desempeña la estética en la tarea de dar forma a tales libertades?

 

L.F.: «Dar forma a las libertades» es una forma interesante de pensar en la estética, especialmente en lo que se refiere a las de auto-artificialidad humana, lo cual, sin duda, parece una cate­goría bastante amplia. No sé si quiero decir esto como una regla de carácter general, pero parece que el arte más fascinante nos da una nueva sensibilidad, a veces un poco más matizada o ses­gada, sobre nuestras libertades y limitaciones.

 

E.H.: ¿Qué opinas de la cuasi fetichización de la subcultura de la década de 1990? (estoy pensando en las Riot Grrrl, el ciberfemi­nismo y otras formas de cultura alt predominantemente blan­ca), y las críticas concomitantes de nostalgia de la tercera ola en la cultura contemporánea?

 

L.F.: (…) El ciberfemi­nismo es básicamente nuestra madre monstruosa y ectogenética (una madre con la que todavía estamos muy unidas y a la que seguimos telefoneando todos los fines de semana). La mayoría de nosotras éramos adolescentes en los años noventa, y para al­gunas eso significaba pasarse las tardes en las BBS’s, escuchando música punk, haciendo fanzines clandestinos con tinta, drogas, pegamento y máquinas Xerox.


La cuestión de la nostalgia se nos ha planteado antes. Sin em­bargo, con respecto a XF y el aceleracionismo (nuestro mons­truoso hermano), definitivamente guardamos un cariño por esos momentos en los que el presente parecía estar erizado de futuros. No es una nostalgia por lo que fue, sino por lo que pa­recía posible. Claro, no podemos dejar que eso domine nuestro trabajo, no es algo muy recomendable con lo que estar obse­sionado… Pero hay un cariño genuino por esos momentos que sigue dándonos energía.


Supongo que puedes ver algo parecido a nostalgia en algunos movimientos estéticos on-line que se han formado recientemente (el vaporwave, el seapunk, el cybertwee, etc); pero no creo que su regocijo o su extrañamiento con formas culturales más anti­guas sea un problema. Sería más problemático, creo, si dejamos que los restos de los años noventa vayan a la basura sin haberlos explorado. Parte de lo que significa ser contemporáneo, o de vi­vir en 2016, es mirar hacia atrás hacia las ruinas de los noventa (y ahora, supongo, también a los primeros años dosmiles) como si fueran historia, como si fueran algo retro. Eso es algo que no pudimos hacer en ese momento. Y nos perdimos muchas cosas, muchas cosas extrañas y estúpidas en la primera pasada. Esto también constituye un ejercicio político. Mira por ejemplo cómo todos los personajes de la serie Friends se retorcían y entraban en pánico cada vez que surgía algo remotamente homosexual. Es algo bizarro a más no poder. Pero era algo perfectamente normal en ese momento. Incluso los niños heterosexuales de hoy en día se dan cuenta de lo extraño que es eso. En aquel entonces, tenías que situarte en los márgenes para ver que eso era una locura.


El romanticismo de la cultura de los noventa, por ejemplo, también puede ser sumamente estimulante. Nos recuerda lo ab­solutamente increíble que es nuestra era actual. Sólo tienes que ver la emoción que había en autoras como Sadie Plant, VNS Ma­trix y Sandy Stone cuando hablaban sobre las posibilidades de tener acceso instantáneo al conocimiento, la ubicuidad de la in­teligencia artificial y la interconectividad casi total del planeta. Lo fácil es ver el presente como algo banal y sin importancia. (…) Esta es una época remarcable, y la década que parecía tener una visión más clara de por qué sería remarcable fue la de los noventa. Lo que nos interesa de los noventa no es una actitud del tipo «vol­vamos a como eran antes las cosas»; más bien, se trata de un des­vío para llegar a la razón de que las cosas sean tan jodidamente remarcables en el presente.


También había limitaciones, claro, en aquello a lo que estába­mos expuestos en los noventa. Las agrupaciones raciales y sub­culturales fueron un aspecto de eso. Un montón de artistas y pensadoras negras fueron influyentes para mí: Octavia Butler, Samuel Delaney, Jean-Michel Basquiat y DJ Spooky fueron muy importantes para mi yo friki de finales de los noventa, aunque el entorno subcultural en el que me estaba sumergiendo proba­blemente degeneró un poco hacia el blanco. Como resultado de esto, estoy segura de que me perdí muchas cosas. Me gustaría haberme perdido menos.

 

E.H.: Para muchos, las intersecciones entre la tecnología y el fe­minismo inevitablemente recaen en Donna Haraway y el ac­tivismo artístico de los noventa, o el «hacktivismo», en gru­pos como VNS Matrix. ¿Qué personas, colectivos o proyectos os inspiran actualmente?

 

L.F.: VNS Matrix es una de nuestras mayores influencias, lo cual creo que es bastante obvio. Una de las cosas interesantes que sucedieron mientras estábamos escribiendo el manifiesto fue que, para nuestra sorpresa, nos hicimos amigas de Virgina Ba­rrat (¡gracias, internet!), y ella fue una de las personas a las que bombardeamos con emails mientras todo estaba cocinándose. Sandy Stone, Sadie Plant y Nick Land también ocupan un lugar bastante importante en términos de influencias.


Mis gustos artísticos, por decirlo así (nunca me he considera­do parte del mundo del arte, en el sentido de «arte elevado»), se formaron probablemente a finales de los noventa y principios de los dosmil, entre los cómics underground y las escenas artísticas de Halifax. Solía pintar un poco y hacer fanzines. Nunca llegué a ser muy buena, pero fue emocionante y me hizo explorar el profundo alcance estético que hay en la extrañeza y la desorien­tación. Me hizo adquirir un gusto por lo xeno y todo eso. Apren­dí mucho de Dan Gallant, sobre artes visuales, y de Jen Devlin como escritora. Ambos lograron mucho más de lo que yo podía hacer con la poesía y la pintura.


En la actualidad, la mayor parte de las influencias teóricas de Laboria Cuboniks provienen de amistades nuestras. No tan­to las personas que hemos estudiado, sino aquellas con las que nos comunicamos regularmente; cuando no hemos estado todo el día perdiendo el tiempo en internet, y podemos leer sus obras, nombraría los aceleracionistas de izquierda y los neorraciona­listas: Peter Wolfendale, Reza Negarestani, Nick Srnicek y Alex Williams, o Benedict Singleton, con quien hemos entablado lar­gas conversaciones sobre trampas, inteligencia y colonización planetaria. William Gillis, a quien conocimos más recientemen­te y que representa el campo anarco-transhumanista; Alain Ba­diou, quien influyó en nuestras ideas sobre categorías como el universalismo, y Dominic Fox. Susan Blackmore y Scott Alexan­der han arrojado mucha luz en el campo de las matemáticas, que es algo con lo que paso mucho tiempo últimamente. La ar­tista Alina Popa me influyó mucho en la cuestión de pensar es­téticamente sobre el extrañamiento. Y, por supuesto, todas las integrantes de Laboria Cuboniks han sido una fuente constante de perspicacia y provocación.

 

E.H.: ¿Crees que la interdisciplinariedad de los sistemas de re­des y el cambio hacia la visión de internet como un medio es­tán fomentando el colapso de las distinciones entre activismo, teoría, arte y tecnología?

 

L.F.: Definitivamente hace que sea más fácil para cualquier per­sona participar en multitud de esferas a la vez, en la medida en que el tiempo y las energías lo permitan (lo que nunca parece ser suficiente). Es más sencillo para que un programador de softwa­re encuentre un público que lea sus poesías, para que un filósofo aprenda a escribir código, o para que los científicos se involucren en el activismo político, etc. Los viejos silos del saber se están des­moronando. El tiempo se ha convertido en el mayor obstáculo ahora. La mayoría de nosotros no somos mimados hombres del Renacimiento, por lo que, aunque podemos elegir fácilmente un curso on-line gratuito para aprender sobre X, y escribir en un blog que probablemente tenga más lectores que las revistas acadé­micas más prestigiosas, la mayoría también estamos agotados y cansados casi todo el tiempo, especialmente si estamos criando niños, o viviendo en la pobreza, o ambos. [La falta de] tiempo libre es realmente el mayor obstáculo entre la situación actual y las utopías soñadas por el ciberfeminismo de los noventa. 


E.H.: (…) ¿Crees que tu familiaridad con el lenguaje tecnoló­gico te lleva a leer el mundo material con metáforas propias de los sistemas y aparatos técnicos?


L.F.: Por supuesto. Hice la transición de las humanidades acadé­micas (filosofía, especialmente) a la tecnología (ciencias de la computación, seguridad de la información, y sobre todo inteli­gencia artificial) por la misma época que Laboria Cuboniks em­pezaba a trabajar en el manifiesto, así que me encontraba en el proceso de descubrir un vocabulario conceptual increíblemen­te rico y un campo completamente nuevo de metáforas poten­ciales. Ahora trabajo en seguridad de la información a tiempo completo y me gusta juguetear con el aprendizaje maquínico. Es un mundo hermoso y fascinante, el mundo del electrón y el interruptor, la belleza de los baudios y todo eso. Sin embargo, creo que también puedes implicarte con la auto-representación y el género sin ser un hacker. Diferentes personas aprenden co­sas diferentes a diferentes velocidades, por lo que sería injus­to decir que cualquiera puede sumergirse en las entrañas de la tecnosfera y sentirse como en casa. Pero por otra parte nunca había sido tan fácil de aprender; el único obstáculo real, como dije antes, parece ser el tiempo, y aquellos que sientan curiosi­dad por el tema lo pueden comprobar. Al igual que aquellos que tienen la suficiente curiosidad para remodelar su subjetividad o su sexualidad, encontrarán formas y medios para hacerlo. Y hay cierta sensación de «radicalismo» que no es otra cosa que esta curiosidad, esta inquietud, este deseo de llegar a la raíz de todo y descubrir cómo funciona y cómo se puede cambiar. (…)


E.H.: En otro pasaje del manifiesto se dice: «¿Por qué hay tan pocos esfuerzos organizados y explícitos para reutilizar tec­nologías con fines políticos progresistas y de género? XF bus­ca desplegar estratégicamente las tecnologías existentes para rediseñar el mundo.»

 

L.F.: Bueno, el xenofeminismo es todavía bastante joven, y tam­bién es bastante oscuro, así que no quiero exagerar su influen­cia sobre este tema. Pero un proyecto que mercería mención es Open Source Gendercodes, un proyecto fundado por Ryan Hammond que tiene como objetivo desarrollar plantas de taba­co modificadas genéticamente para que produzcan cantidades importantes de hormonas compatibles entre los sexos. Esta tec­nología, una vez desarrollada, se haría completamente en códi­go abierto, con el objetivo de garantizar un medio de acceso di­recto a hormonas de sexo cruzado o del mismo sexo. Nos que­damos bastante extasiadas cuando descubrimos el proyecto de Hammond en internet, ¡y aún más cuando una de nosotras re­conoció el manifiesto XF colgado en la pared de su estudio, en el vídeo de su crowfunding! (…)


E.H.: El manifiesto XF no se dedica tanto a enumerar exigencias sino que denuncia las condiciones del conocimiento tecnológi­co y las infraestructuras que limitan nuestra autonomía física y mental. Esto contrasta con otros manifiestos, en los que se refle­ja la deuda con el gesto patriarcal de nombrar y estabilizar cate­gorías de identidad. Tengo curiosidad por saber qué opinas del potencial en los aspectos declarativos, y también imperativos, de un manifiesto tecnofeminista. ¿Crees que estas características lo convierten en un marco valioso para las luchas colectivas?

 

L.F.: Me parece que la mayoría de manifiestos que son afines a Laboria Cuboniks contienen un elemento de desestabilización de la identidad. El «Manifiesto ciberfeminista para el siglo XXI» y el «Manifiesto de la zorra mutante» de VNS Matrix trataban menos de celebrar la identidad femenina que de reírse de los esfuerzos cada vez más incompetentes de un patriarcado obso­leto y obsesionado con restringir cualquier cosa en una identi­dad estable marcada como «mujer». Al principio, los manifies­tos hacker y ciberpunk aparecían como letanías identitarias (el primero con su apertura en forma de estribillo «Somos todos iguales», y el segundo con su «Somos…» inicial). En ambos ca­sos, sin embargo, la identidad evocada se desliza entre las grie­tas como algo mal entendido y no reconocido. Parece que inclu­so los manifiestos más centrados en la identidad implican al­gún gesto de desidentificación. De principio a fin, el «Manifiesto para cyborgs» de Donna Haraway es una celebración de todo lo que se desliza a través de esa red de identidades reconocibles. Supongo que la mayoría de manifiestos contienen algo así como un doble movimiento: desestabilizar identidades por un lado, para restablecer una configuración diferente de identidades por el otro. Los manifiestos realmente apasionantes aprovechan al máximo la brecha entre estos dos momentos.

E.H.: A nivel formal, ¿piensas que los manifiestos tienen la capa­cidad de operar como sitios de autoevidencia? ¿Existe una ra­dicalidad en el estilo de los manifiestos que tal vez sea esencial para el feminismo del siglo XXI?


L.F.: No creo que los manifiestos puedan presumir de autoeviden­cia. En términos generales, si sientes que un manifiesto te ha con­vencido más allá de toda duda, es probable que hayan estado to­cando contigo como si fueras un violín retórico. Los manifiestos no son piezas argumentativas meticulosamente desarrolladas. Se parecen más a los monólogos de los comediantes, en tanto su trabajo es señalar cosas para empujarte a adoptar un punto de vista que podrías no haber considerado de antemano; pero en­focando las cosas de una manera que te hace querer correr con una idea y ver a dónde va.


E.H.: ¿Crees que los manifiestos son una forma prefigurativa?

 

L.F.: Los manifiestos sólo son realmente prefigurativos si no pue­des predecir quién será tu público. Lo opuesto a un manifies­to sería un documento de una conferencia. La parte más difí­cil a la hora de escribir manifiestos es mantener las preguntas abiertas, no caer demasiado en los viejos hábitos (por ejemplo, los hábitos académicos o del mundo del arte). El objetivo de es­cribir algo como un manifiesto es tratar de remodelar el tablero de ajedrez discursivo, como mínimo de alguna manera peque­ña pero estructural, y no sólo para mover las piezas existentes de un lugar a otro.

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