siempre hemos sido post-antropoceno
(parte 2)
POR claire colebrook
Este artículo fue presentado originalmente en abril de 2014 en la Universidad de Wisconsin, en una conferencia titulada Feminismo del Antropoceno. Richard Grusin abrió la conferencia con una pregunta sobre la posibilidad del feminismo del Antropoceno (en singular) y de los feminismos del Antropoceno (en plural). Me gustaría proponer que mantengamos el feminismo en singular, como un problema abrumador que genera (inevitablemente, pero de manera singular) un múltiplo imposible.
El feminismo siempre es la pregunta del quién: ¿quién habla, para quién y de quién es la subjetividad que se presupone en la gramática de la pregunta? El feminismo lleva a cabo una guerra por la diferencia, ya sea afirmando que la mujer no es subsumible bajo la figura del hombre, o insistiendo en que las mujeres no pueden ser separadas o excluidas del mundo del hombre. Pensemos en el caso de Mary Wollstonecraft [1759-1797]: cuando se confrontaba con el reclamo de «los derechos del hombre», ella no pedía ser incluida, sino que se preguntaba quién era este hombre que poseía derechos y razón. Wollstonecraft argumentó que el «hombre» se constituye como un amo en relación con una mujer cuya razón no reconoce; en esta etapa de la historia, la «mujer» solo podía ser un «quién» por medio de jugar al juego de la sumisión al dominio masculino (Wollstonecraft: 1992). Así como Wollstonecraft criticaba a la mujer como compuesta de [composed] −y politizaba a la mujer por medio de generar un marco de diferencia histórica, de tal modo que la mujer podría ser diferente de su realidad histórica−, así también las feministas posteriores colocaron las diversas figuras del hombre o del sujeto dentro de un campo específico, abriendo lo personal a una escala mayor. Entonces, el feminismo no solo es una contestación de la diferencia y la indiferencia; el feminismo es también el inicio de una guerra de escalas. Más que aceptar un problema como articulado, las cuestiones de diferencia sexual e indiferencia generan el problema de cómo se componen las articulaciones.
Si hablamos de la «mujer» como tal, ¿nos referimos a la identidad que emerge de la historia de la familia? ¿Se trata de una figura de la modernidad occidental, comprensible solo tras la formación de sujetos sexuales? ¿O diremos que la «mujer» no es algo que ocurra dentro de la historia de la humanidad, sino que se constituyó en el marco de un contrato sexual que posibilitó lo que ahora entendemos como lo humano del Antropoceno? Hoy más que nunca, el feminismo se enfrenta a la cuestión del punto de vista: siempre ha habido un «quién» o un «nosotros» compuesto que hace posible cualquier cuestión o disciplina. En el caso del Antropoceno, podríamos preguntarnos: ¿quién es este «anthropos» que se instala a sí mismo en el punto de la Revolución Industrial, o en cualquier otra marca de su propia creación? ¿Sabe este hombre del Antropoceno lo que está diciendo, al hacer un reclamo para «nosotros» los humanos? ¿Quién es él cuando habla de esta manera? Este hombre del «anthropos», ¿es consciente de lo que se requiere para hacer las preguntas que hace, y para tener los deseos que así expresa? (La propia disciplina de la geología, así como la idea de una reflexión histórica y de una inclusión global, se basan en la misma historia tecno-industrial que generó la cicatriz del Antropoceno). En este punto, me gustaría sugerir que si lo personal es político, entonces también es geológico; esto no quiere decir que la geología como estratificación sea la escala que debe desplegarse para leer todas las demás escalas, sino que la figura del «hombre» en el Antropoceno (hombre industrial, homo faber, homo economicus, hombre consumista, hombre nuclear…) no puede pretender ser la humanidad como tal sin que haya habido una historia previa de apropiación y estratificación.
El feminismo del Antropoceno es por tanto múltiple, pero solo en su singularidad, por medio de preguntarse siempre: ¿el Antropoceno de quién? Cuando decimos que el planeta ha sido alterado hasta el punto de ser un hecho geológicamente legible, ¿qué futuro lector nos estamos imaginando, quién atribuye la inscripción, y para quién? Un feminismo del Antropoceno no aceptaría el antropoceno como una época, como una línea o un estrato cuyo significado sería inequívoco. Más que pensar en esta línea como privilegiada o trascendental, podríamos preguntarnos para quién estos estratos se vuelven definitivos de lo humano. El concepto de los humanos, considerados como especie, o definidos según la «condición humana», destruye la historia en el nivel político tradicional (la política ubicada dentro de la historia socioeconómica) y abre una nueva escala política; pero esta escala no puede ser simplemente definitiva.
Como mínimo desde el marxismo, las cuestiones políticas han venido interrogando la escala histórica. Lo que se considera «humano», «personal», «sexual» o natural debe ampliarse para poder considerar la historia de la que emergen tales nociones atemporales. Pero no hay una escala que sea propiamente político-histórica. Podría considerar que mi identidad sexual es aplicable solo en los términos de los medios de masas sobre la subjetividad del siglo XXI y el marketing como estilo de vida; o que la familia burguesa y el individuo edípico son el marco de referencia adecuado, o bien que la familia y la sexualidad emergen de un influjo germinal más intenso de tiempo humano pre-personal; o también podría pensar que comprender la sexualidad personal requiere comprender un tiempo aún más profundo centrándose en la evolución humana. El Antropoceno ha tendido a erradicar el problema de la escala, y lo ha hecho fetichizando la diferencia (la diferencia privilegiada, la de esta línea, legible por esta modalidad del hombre). Las implicaciones políticas del Antropoceno han tendido a poner en suspenso las cuestiones típicamente feministas de este «nosotros» que buscamos mantener, y en cambio han llevado al retorno de una supuesta solidaridad entre especies. Peor aún, se considera que el estado de emergencia del Antropoceno es de tal gravedad que provoca un cortocircuito en la propia deliberación. Y, así como la crisis financiera de 2008 permitió el rescate inmediato de los bancos sin que las cuestiones de justicia o culpabilidad retrasaran lo que se declaró como una respuesta necesaria, la gravedad del Antropoceno se presenta como una justificación de antemano para las acciones ejecutivas como la geoingeniería. ¿Cómo es que la legibilidad geológica (de una escala específica) se ha convertido en lo que define a lo humano? Este estrato del Antropoceno y lo que «nosotros» hemos hecho, ¿acaso no implica otra forma posible de vida humana que no llegó al punto de este modo de legibilidad tardotecno-industrial? Quizá sería el momento de pensar en humanos pre- o no- antropocénicos, seres que no lograron definirse a sí mismos como especie por el cambio climático. ¿Cómo podríamos («nosotros») haber sido de otra manera? Tales consideraciones nos conducirán a un cálculo: dado dónde estamos ahora (con el industrialismo, la tecnociencia, los medios de comunicación, el globalismo y las tradiciones liberales), podría haber un umbral en el que estuviéramos preparados para sacrificar el «progreso» histórico que hicimos en aras de vivir mejor. ¿En qué momento nos convertimos en humanos del Antropoceno? ¿Con la invención de la máquina de vapor, con la energía nuclear, o quizá fue antes, con las formas de gobierno sedentario que generaron las ideas detrás de dichas tecnologías?…