MASTERS DEL «USERVERSO»
POR GRAFTON TANNER

En el episodio de Black Mirror «USS Callister», el creador de un juego de realidad virtual llamado Infinity encuentra una vía de escape para su infravalorada vida laboral cuando inventa una versión modificada de su propio juego, donde puede ser el capitán de una nave espacial al estilo Enterprise y abusar de su tripulación, que se compone de los avatares de sus propios colegas de trabajo. Sintiéndose defraudado y frustrado, en esta nueva versión del juego sus compañeros deben elogiar cada una de sus decisiones a cambio de no ser torturados. Finalmente la tripulación se organiza en un motín y migra a una versión actualizada del juego, dejando al diseñador encerrado en su artilugio solipsista para siempre.
Esta fábula de frustración narcisista y control desigual ejemplifica lo que yo llamo el «userverso»: un mundo sustituto personalizado que permite a los «usuarios» tener una experiencia de dominio indiscutible sobre otras personas (o simulaciones de personas), las cuales se ven obligadas a trabajar como máquinas, en una especie de sadismo a la carta. El usuario que está al mando de un userverso (prototípicamente un hombre cuyo sentido irreflexivo del derecho ha sido perturbado) se siente abatido y menospreciado, por lo que buscará un mundo alternativo donde nadie pueda criticarlo; donde todos (a menudo mujeres) estén a su servicio, y donde por fin pueda obtener el respeto (cuando no la venganza) que tan desesperadamente cree que merece.
Un userverso proporciona a los usuarios una experiencia de control como algo cómodo. Es un espacio cerrado donde otras personas o cosas son representadas en su interior siempre y cuando estén al servicio del usuario. Aunque el escenario de Infinity pueda parecer descabellado, cada vez más de nosotros estamos empezando a entrar en los userversos sin darnos cuenta, por ejemplo cuando esperamos ser atendidos por personas con solo apretar un botón, como promete una creciente profusión de servicios de entrega. Los usuarios a menudo creen que no están haciendo nada más que usar tecnología «inteligente» destinada a satisfacer sus necesidades (interfonos inteligentes y altavoces inteligentes, aplicaciones de entrega a domicilio y Uber, etc), pero en la práctica realmente están utilizando a las personas en una relación de explotación asimétrica. Sin necesidad de que te pongas unos auriculares o un casco RV, esta práctica ya equivale a una especie de realidad virtual, una ilusión de escapismo sostenida por interfaces simplificadoras y trabajo devaluado.
En un userverso, el deseo de comodidad y el placer de dominar se alimentan mutuamente. Resulta especialmente atractivo para personas que padecen una pérdida de control en el trabajo o en su vida social fuera del hogar. Ofrece un mundo donde los individuos pueden confirmar su posición como centro de las cosas, y donde pueden disfrutar de ser atendidos al mismo tiempo que se convencen a sí mismos, siempre que sea necesario, de que nadie está siendo dañado; como si el sentimiento de dominación fuera algo que fluye naturalmente de la tecnología en sí misma y no de las relaciones sociales que se están enmascarando.
La historia del userverso se remonta al siglo XIX, cuando comenzó a surgir la idea de un espacio de ocio privado y retirado. «Para el ciudadano privado, por primera vez se distinguía entre el espacio vital y el espacio de trabajo», comentaba Walter Benjamin en París, capital del siglo XIX (1935). «El primero se constituyó a sí mismo como el interior». Era en casa, en el interior, donde los trabajadores podían amueblar un espacio privado con baratijas y chucherías producidas en masa en la emergente sociedad de consumo, aprovechando la comodidad de sus propias ilusiones de seguridad y control. El interior se convirtió así en «el universo para el ciudadano privado», según Benjamin. En aquel período, la ideología de «mi hogar es mi castillo» se extendió entre los no aristócratas, quienes gradualmente fueron adquiriendo la capacidad de decorar los aposentos privados de una manera que supuestamente restablecía la sensación de autonomía negada en el trabajo. También fue el comienzo de la virtualización del espacio privado, en tanto uno podía rodearse de objetos que proporcionaban una especie de ilusión cotidiana y una vía de escape del mundo exterior.
En los años de posguerra, el modelo de la suburbanización aislaba y al mismo tiempo expandía aún más el espacio interior privado, haciendo posible el desarrollo de userversos más completos. Mientras que el espacio interior había sido constituido originalmente dentro de cuatro paredes, los suburbios extendían esta interioridad hacia el exterior en todas direcciones. El aislamiento del hogar suburbano, con sus subdivisiones en forma de cul-de-sac y a menudo protegido por guardias o puertas con código de acceso, constituye una especie de umbral que puede compararse con cruzar entre dimensiones. Entrar en un suburbio es como entrar en un mundo virtual: de repente te ves inundado por un brillo aburguesado mientras paseas por el césped cortado y las casas todas iguales, pensadas para alejar cualquier sensación de diferencia o disonancia. Asimismo, el suburbanita puede salir de su casa y encontrarse con un mundo ordenado y claramente delimitado. Una previsibilidad que se extiende a centros comerciales y cadenas de restaurantes, espacios racionalizados orientados a hacer que el comercio y el consumo sean lo más cómodos que sea posible.
Dentro del hogar, se presume que el padre es el «rey», mientras que los «trabajadores» artificiales (electrodomésticos como lavadoras y microondas) parecen ocuparse de las necesidades de la familia (aunque en realidad intensifican en lugar de suprimir la monotonía del trabajo doméstico). Como hemos visto tantas veces en las sitcoms familiares, el padre encuentra un respiro a la subordinación del trabajo en un hogar que es ideológicamente representado como un entorno administrado, donde todo está bajo su control implícito. Más allá de las tostadoras y refrigeradores, finalmente aparecieron nuevos tipos de máquinas para estos espacios protegidos, como en la «Casa del futuro» de la década 1950, la robot Rosie de Los supersónicos, la película Smart House (1999) de Disney Channel, o Her (2014) de Spike Jonze. Las IAs codificadas en femenino como Siri y Alexa ahora responden a nuestras preguntas, atenúan las luces del salón y suben el volumen de la música cuando se les ordena; prometen hacer que los hogares sean acogedores y cómodos para el jefe que maneja los controles.
El usuario de un userverso es alentado para creer que escapar de las restricciones y negociaciones de participar en una comunidad diversa es un tipo de práctica eficiente que ahorra trabajo, dado que el trabajo que ahorra es el suyo propio.

Al reducir las tareas y los servicios complejos a solo presionar un botón, uno puede albergar la ilusión de que la tecnología está liberando a las personas del trabajo y que los conflictos laborales se han resuelto, cuando no directamente desaparecido. Las luchas de los trabajadores por cuestionar u organizarse en contra de la ilusión de dominio de los consumidores son descartadas o explicadas, minimizadas como dificultades de ajuste: Dele un poco de tiempo, y la tecnología finalmente funcionará para todos… El hecho en sí mismo de eludir las restricciones y negociaciones puede parecer un sinónimo de eficiencia, lo que también haría aparecer las incursiones en una «realidad virtual» supuestamente separada como algo casi virtuoso. Las fantasías de éxodo liberales en las que los «genios» pueden vivir en el exilio, sirviéndose de tecnología avanzada y a salvo de los meros intermediarios de la sociedad cotidiana, son una variante de esto. Y otro ejemplo sería un userverso de realidad virtual destinado a evitar la experiencia de reciprocidad (o reemplazarla con simulaciones que son administradas por el usuario).
La economía de trabajo es el sistema operativo central del userverso. Las compañías de reparto dependientes de Uber, como Grubhub e Instacart en Estados Unidos, utilizan interfaces simples para normalizar la explotación de mano de obra, de modo que recibir una entrega de comida pueda percibirse tanto como una experiencia «virtual» como un recorrido por el metaverso: el mundo se te ofrece a través de una pantalla. Solo que, en este caso, trabajadores reales han estado sometidos a peligros reales para entregarte esos productos.
Muchos anuncios de venta de tecnología se basan en ocultar el trabajo humano. Detrás de gran parte de la tecnología «inteligente» se encuentra lo que Astra Taylor ha llamado fauxtomation, es decir, el procedimiento de ocultar a los trabajadores humanos que llevan a cabo lo que en la tecnología se vende como autónomo. De manera similar, una parte importante de lo que Mary L. Gray llama «trabajo fantasma» es requerida para que funcione lo que se comercializa como inteligencia artificial. El trabajo, ya sea pagado o malpagado, se oculta tras el brillo de las cómodas interfaces destinadas a complacer a sus usuarios con sentimientos de poder, control y autosuficiencia. Hasta cierto punto, un userverso se anticipará a todas estas críticas haciendo que los usuarios se sientan con derecho al trabajo de otras personas en los términos autorizados por la interfaz. Según este principio, la capacidad de «utilizar» personas en un userverso también crea las condiciones para el abuso, las cuales se encuentran latentes en las expectativas insostenibles de un uso cómodo y sin fricciones, así como la posibilidad de calificar a los trabajadores sobre la base de unas circunstancias que escapan a su control.
La lógica de un userverso, entonces, se revela aplicable a diversos medios, ya que diferentes tipos de tecnología se convierten en medios para dar a los «usuarios» una sensación de control sobre los demás en primer lugar, y de utilidad para algún otro propósito en segundo lugar. Un termostato inteligente se convierte en el medio para controlar el confort de otra persona. Los interfonos con cámara se convierten en un medio para exigirles a los repartidores de Amazon que se pongan a bailar cuando dejan las cajas. Las plataformas de redes sociales se convierten en los medios para emitir órdenes y promulgar castigos. En un userverso, un usuario comienza a sentirse satisfecho solo en la medida en que se reconoce su derecho.
Los userversos existen dentro de otros userversos. Son como campos anidados dentro de otros: al salir de un userverso siempre se revela otro más grande detrás de este, y el mundo exterior termina siendo como la realidad dentro de la casa inteligente, dentro del juego modificado, dentro de la realidad virtual… Y, en cada uno de estos userversos dispuestos en capas, un usuario manipula a otros para satisfacer su necesidad de comodidad. Ser un sirviente en el userverso de otra persona es generalmente el precio que uno debe pagar por ser el jefe en el suyo propio. Una de las funciones de la tecnología orientada a la comodidad es apoyar este sistema de muñecas rusas y hacerlo coherente, manteniendo los puntos ciegos que facilitan experiencias cada vez más ilusorias y selladas, y sustentando peligrosos arreglos de poder contra los trabajadores marginalizados.
La capacidad de preservar el propio userverso, por supuesto, depende del poder adquisitivo que uno tenga. Siempre hay un userverso sellado más herméticamente en algún otro lugar, mejor protegido y mejor acabado. Y las personas más ricas del mundo pueden rodearse de trabajadores humanos, sirvientes, chefs privados, chóferes y guardias en recintos inteligentes «fuera de la red».
El desarrollo de la realidad virtual creará nuevas posibilidades para la construcción de userversos, ya que estos podrán sumergir más profundamente al usuario en sus mundos planificados; crearán una sensación de dominio más inmediata, y ocultarán mejor el trabajo a fin de mantenerlo detrás de la pantalla. Se podría pensar que el «metaverso» sería capaz de hacer innecesarios los userversos, o que las simulaciones digitales podrían reemplazar el trabajo humano de servicios, pero siempre hay humanos detrás de las pantallas, realizando el trabajo que es oscurecido por las fantasías del entorno virtual administrado. El metaverso puede proporcionar a los usuarios una experiencia más variada del interior estático de su userverso, al mismo tiempo que excluye cualquier signo de fricciones o descontento. Los usuarios pueden así «viajar» y socializar con los avatares de otros usuarios en unos términos que pueden controlar, mientras son atendidos en sus hogares físicos por diversos repartidores que están estructuralmente organizados para permanecer siempre fuera, en el exterior. Y, en la medida en que cualquier metaverso se modele para ofrecer comodidad y control unilaterales, se convertirá en un userverso y reproducirá sus asimetrías.

Cuando internet estaba en sus primeras etapas, algunos usuarios encontraron una sensación de libertad e impunidad gracias a su virtualidad y su relativo anonimato; otros, en cambio, sintieron que eran objeto de abusos sin posibilidad de mucho recurso. En 1993, el periodista Julian Dibbell escribió un artículo titulado «Una violación en el ciberespacio», un relato sobre cómo un participante de la comunidad on-line LambdaMOO había usado un código para obligar a los avatares de otras personas a realizar actos en contra de su voluntad.
Esto debió servir como advertencia en lugar de como un modelo a seguir, pero, durante las siguientes dos décadas, las empresas tecnológicas continuaron desarrollando tecnologías orientadas a establecer userversos en vez de prevenirlos.
Cualquier tecnología que oculte el trabajo detrás de una interfaz generará más userversos. Pero esto no se debe solo a su capacidad para lograr que los consumidores sean completamente indiferentes al destino de los trabajadores. Los userversos no se forman porque los individuos sean inherentemente sádicos, ni porque el propósito de la tecnología esté dirigido inevitablemente hacia la comodidad en lugar de una causa más noble. Se forman porque las empresas tecnológicas han descubierto que es rentable tener individuos aislados, inseguros, con exceso de trabajo y una falsa sensación de dominio que aviva su capacidad para convertirse a su vez en mano de obra explotada, reproduciendo así el sistema entero. Para desmantelar el userverso y la economía de trabajo que lo respalda, se requiere algo más que buenas intenciones o que una mayor empatía por los trabajadores, o cualquier otro gesto individual por parte de los consumidores. Se requiere que el afán de lucro esté sujeto a límites. Hasta que la propiedad y el verdadero control de la tecnología estén en manos de aquellos que las utilizan, seguiremos sin entender quiénes son los verdaderos «usuarios» y quiénes son los usados.
«Masters of the Userverse» de Grafton Tanner fue originalmente publicado en inglés en la revista digital Real Life, 28/04/2022: <https://reallifemag.com/>