Febrero, 2021. Hace tiempo venimos pensando lo que puede un cuerpo. Y como es sabido, lo que puede un cuerpo es cualquier cosa menos un cuerpo. Un cuerpo debe ser descuartizado, decía Bataille, para sentir la locura de un contorsionista. Y del mismo modo que «nuestro cuerpo» puede desvelarse desconocido y extraño, «nuestro tiempo» debe ser permanentemente sometido a extrañamiento.
Toda noción de un tiempo pasado resulta tranquilizadora, y es tranquilizadora en la medida que podemos reconocer en ella una cara conocida: un signo procesado al que enfrentarse con seguridad y confianza. Pero incluso los rostros más variados pueden resultar peligrosamente parecidos si los miras sin cambiar el ritmo de tu marcha.
Lo que nos interesa son esos momentos disruptivos en los que se produce el extrañamiento. Como en una cinta de Moebius, lo presente y lo virtual intercambian sus roles por un instante, y ya nunca vuelven a ser los mismos. Jimi Hendrix fue poseído por un daimon aceleracionista cuando prendió fuego a su guitarra en Monterrey, y lo mismo puede decirse de los Beatles cuando empezaron a vestirse con ropas psicodélicas. Algo en sus ojos brillaba con un fondo inhumano, un brillo de transformación. La mentalidad adormecida percibe a esos sujetos acelerados como fenómenos aislados, como rara avis o personalidades singulares… pero en verdad se trata de pequeñas infecciones del futuro. Las infecciones son partes de una máquina. Y si las pusiéramos todas juntas, veríamos que constituyen un cuerpo virtual, retroalimentando/se bajo múltiples temporalidades y conexiones subcutáneas.
El no-cuerpo de Xenomórfica se articula este mes en torno a dos grandes ciberdiosas: Victoria Vesna con su Bodies Incorporated (Cuerpos S.A.); Sandy Stone y el romance sexomaquínico de los cíborgs. Hemos asistido a un choque titánico entre el materialismo libidinal del primer Nick Land y el idealismo hegelizante de Reza Negarestani, vía Adam Fitchett. Un adelanto-bomba del nuevo libro de Armen Avanessian. Y también hemos querido abrir una ventana para la creación de jóvenes artistas como Alicia Arévalo y Álvaro Navarro, exploradores de la tecnomorfosis.